martes, 17 de marzo de 2009

Sueño inverso

Las compañeras iban saliendo a saltitos esquivando los charcos que el agua dejaba junto al porche; yo sin embargo aguardé a ver si paraba de llover. Algunos seguían saliendo y de un salto evitaban las pequeña riada que ya anegaba un metro de anchura de la calzada. Cada vez éramos menos aguardando bajo el porche, soportando el crepitar de las chapas bajos los impactos de los goterones, chakchakchokchekchak, se repetía sin cesar la incesante y cansina serenata del agua sobre las chapas.
A penas quedábamos cinco personas aguardando la salida del arco iris, y entre ellas, David, muy dicharachero con todas, pero que apenas recababa en mi. Tras unos minutos de creciente lluvia, y con metro y medio de anchura en la riada, llegó Amparo con su coche, acompañada de Maite, su mejor amiga y a su vez compañera de Jesús y Berta que pronto subieron al coche, e instantes después saltó Lourdes adelantándoseme, dejándome allí con la boca abierta y cara de boba viéndoles partir.
- No te preocupes, que está a punto de parar –me dijo David sonriéndome.
- Me han dejado aquí como un pasmarote. ¡Vaya compañeras! –me dije para mí sin intención de hacerme oír.
- Sí, la verdad es que no han pensado mucho en nosotros, jajajajajajaja –comentó David socarrón–. ¿Tienes coche?
- No, hoy vine con ellas –dije con cara de circunstancias.
- Pues andando, como que no es muy recomendable bajar al pueblo –dijo mirando al cielo.
- Mierda, tengo que ir a casa, o me toca ayuno –comenté entre dientes.
- Eres de pocas palabras. Anda vamos a dentro que esto no tiene visos de parar –dijo David dándome la espalda–. ¡Venga! –apremió–
No tenía ganas de ir tras él como un perrillo tras su amo, pero en el fondo tenía razón, no podía seguir allí esperando hasta que se hiciera la hora de volver al trabajo. Joder, me iba a tocar sacar un sándwich rancio de la máquina. Me iría mejor sin haber aceptado hacer horas extras este sábado, pero ahora ya no tenía remedio y me tocaba apechugar.
Le seguía a unos pasos, no quería que se me notase mucho que le estaba dando la razón, al fin y al cabo, una tiene su dignidad. En el fondo me molestaban sus dotes sociales, tan amable y adulador con las chicas, o quizás sentía envidia de no ser el centro de su atención. Al llegar a la puerta de la fábrica, el agua embalsada en el toldo, le hizo ceder los herrajes y ésta cayó en tromba sobre David, una mueca de sorpresa por poco me hace soltar una enorme carcajada, pero pude contenerme al ver lo chipiado que había quedado el pobre.
- Me cagüen la leche –maldijo David.
- ¡Joder! Que mala pata –dije aguantando la risa.
Entramos al comedor laboral e intentando no mirarle fui derecha hacia la maquina de las saladitas. Él se quitó la bata y dejó al aire su torso musculado, remarcado más si cave por la humedad que mantenía apegada a su piel la fina camiseta de licra.
- Deja, no saques esas porquerías, que a mí me ponen mucha comida y siempre me sobra –me ofreció amablemente.
- No tranquilo, si yo soy de poco comer, con unas saladitas me apaño –evite la invitación sin dejar de mirar su chocolatina.
- Que no mujer, que tengo ensaladilla rusa de sobra y filetes empanados –siguió insistiendo.
Entonces fue cuando él se quitó el pantalón que chorreaba y lo colocó en una silla extendido, luego la camiseta e hizo lo propio, y yo allí viendo aquel cuerpo depilado y rasurado, cuyos únicos pelos eran los de las cejas, y ese paquete que marcaba bajo el boxer, joder, no pude seguir mirando y por otro lado era como un automatismo que me obligaba a hacerlo.
- Bueno acepto –dije inconscientemente, con la mente ida.
- Bien, espera que voy a ponerme algo y traigo el menú –dijo sonriendo.
Marchaba deprisa por la puerta y no podía apartar la vista de su trasero, madre mía que bueno está el tío, uf, concéntrate Merceditas, que es caramelo de otra, pero esos ojos verdes, eran tan irresistibles, que quien podía rechazarle un poco de ensaladilla rusa y un filete empanado...

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