martes, 17 de marzo de 2009

Juntos de la mano

Bajo la tenue sombra de una acacia, con la mirada hundida entre sus hojas, Isidoro aguardaba templado, la llegada de Leonor. Sus ojos juegan entre la hojarasca en busca de los rayos de sol, que se cuelan furtivos entre el follaje con el desordenado danzar de las hojas, que el suave viento primaveral balanceaba. Con la mente sumida en gratos recuerdos de su chica, cuenta al azar los pequeños rayos que a sus ojos llegan. Su cara alelada, muestra rasgos marcados, y una estúpida sonrisa cruza su rostro. A lo lejos, sin perderle de vista, Leonor se acercaba calle abajo juguetona; su hermana María le sigue a unos pasos, cuidando de que el buen entendimiento de la pareja, no llegue a mayores.
Sonríe feliz escondiéndose por las esquinas, ocultándose a la vista de Isidro. La tristeza marca el rostro de María, no por envidia hacia su hermana mayor, a quien quiere con locura, sino por el sentimiento imposible, que albergaba Leonor hacia Isidro. Esquina tras esquina, oculta su cuerpo regordete de los ojos de su chico, y él sigue abstraído mirando la frenética danza de las hojas. Apenas hay distancia entre ellos, dos calles les separan, cuando Isidro baja la cabeza y ve a María. Sus ojos se iluminan y su sonrisa se hace más redonda, aunque al no ver a Leonor junto a María, su rostro cambia y una mueca de preocupación le hace cerrar la boca.
Tras de él, Leonor sonríe con frescura, disfrutando de la excitación de Isidro; María soltó una carcajada al ver la indescifrable cara de Isidro y, Leonor sin poder aguantar más, saltó junto a Isidro tapando sus ojos con las manos. Sin decir nada, cerró los ojos, flexionó la cabeza hacia su hombro derecho y comenzó a dar vueltas de puntillas elevando sus brazos semi arqueados, clavando sus ojos a cada vuelta en los de ella. Leonor le contemplaba con admiración, ella sabía que esa era su sorpresa y que debía medir las palabras que iba a dedicarle, pero al verle girar, lo encontraba tan gracioso que no pudo por más que soltar una carcajada. María se quedó seria, en sus ojos se adivinaba el miedo a la reacción de Isidro. Él se paró de golpe, enderezó la cabeza y la miró. Un halo de luz brilló entre ellos y la carcajada que devolvió Isidro, tranquilizó a María.
Un sentimiento de alivio llenó su mente; sus manos sudorosas dejaron de transpirar, al comprobar que nadie les había visto. Sabía que no hacían daño a nadie contradiciendo las órdenes de sus padres, al dejar que Leonor besara a Isidro, pero aun así, no quería defraudarles, ni borrar del rostro de su hermana los breves instantes de felicidad, que mostraba al sentir cerca la presencia de Isidro.Isidro aguardaba boquiabierto sentirla junto a él, ella ansiaba coger sus rechonchas manos; mientras, María aguardaba como cada mañana a que sus almendrados ojos se cerrasen y sus babeantes labios se tocaran. Vigilante observaba a la pareja con cierto grado de ternura, dejándoles disfrutar de ese momento, porque sabía que el autobús no tardaría en llegar y el mágico encuentro estaba a punto de extinguirse, como el sueño de una cenicienta, que día a día se marchita para renacer otra vez con un nuevo día, bajo una acacia, en una plaza de un lugar cualquiera, donde su furtivo encuentro pasaba inadvertido para el resto del mundo .

Sueño inverso

Las compañeras iban saliendo a saltitos esquivando los charcos que el agua dejaba junto al porche; yo sin embargo aguardé a ver si paraba de llover. Algunos seguían saliendo y de un salto evitaban las pequeña riada que ya anegaba un metro de anchura de la calzada. Cada vez éramos menos aguardando bajo el porche, soportando el crepitar de las chapas bajos los impactos de los goterones, chakchakchokchekchak, se repetía sin cesar la incesante y cansina serenata del agua sobre las chapas.
A penas quedábamos cinco personas aguardando la salida del arco iris, y entre ellas, David, muy dicharachero con todas, pero que apenas recababa en mi. Tras unos minutos de creciente lluvia, y con metro y medio de anchura en la riada, llegó Amparo con su coche, acompañada de Maite, su mejor amiga y a su vez compañera de Jesús y Berta que pronto subieron al coche, e instantes después saltó Lourdes adelantándoseme, dejándome allí con la boca abierta y cara de boba viéndoles partir.
- No te preocupes, que está a punto de parar –me dijo David sonriéndome.
- Me han dejado aquí como un pasmarote. ¡Vaya compañeras! –me dije para mí sin intención de hacerme oír.
- Sí, la verdad es que no han pensado mucho en nosotros, jajajajajajaja –comentó David socarrón–. ¿Tienes coche?
- No, hoy vine con ellas –dije con cara de circunstancias.
- Pues andando, como que no es muy recomendable bajar al pueblo –dijo mirando al cielo.
- Mierda, tengo que ir a casa, o me toca ayuno –comenté entre dientes.
- Eres de pocas palabras. Anda vamos a dentro que esto no tiene visos de parar –dijo David dándome la espalda–. ¡Venga! –apremió–
No tenía ganas de ir tras él como un perrillo tras su amo, pero en el fondo tenía razón, no podía seguir allí esperando hasta que se hiciera la hora de volver al trabajo. Joder, me iba a tocar sacar un sándwich rancio de la máquina. Me iría mejor sin haber aceptado hacer horas extras este sábado, pero ahora ya no tenía remedio y me tocaba apechugar.
Le seguía a unos pasos, no quería que se me notase mucho que le estaba dando la razón, al fin y al cabo, una tiene su dignidad. En el fondo me molestaban sus dotes sociales, tan amable y adulador con las chicas, o quizás sentía envidia de no ser el centro de su atención. Al llegar a la puerta de la fábrica, el agua embalsada en el toldo, le hizo ceder los herrajes y ésta cayó en tromba sobre David, una mueca de sorpresa por poco me hace soltar una enorme carcajada, pero pude contenerme al ver lo chipiado que había quedado el pobre.
- Me cagüen la leche –maldijo David.
- ¡Joder! Que mala pata –dije aguantando la risa.
Entramos al comedor laboral e intentando no mirarle fui derecha hacia la maquina de las saladitas. Él se quitó la bata y dejó al aire su torso musculado, remarcado más si cave por la humedad que mantenía apegada a su piel la fina camiseta de licra.
- Deja, no saques esas porquerías, que a mí me ponen mucha comida y siempre me sobra –me ofreció amablemente.
- No tranquilo, si yo soy de poco comer, con unas saladitas me apaño –evite la invitación sin dejar de mirar su chocolatina.
- Que no mujer, que tengo ensaladilla rusa de sobra y filetes empanados –siguió insistiendo.
Entonces fue cuando él se quitó el pantalón que chorreaba y lo colocó en una silla extendido, luego la camiseta e hizo lo propio, y yo allí viendo aquel cuerpo depilado y rasurado, cuyos únicos pelos eran los de las cejas, y ese paquete que marcaba bajo el boxer, joder, no pude seguir mirando y por otro lado era como un automatismo que me obligaba a hacerlo.
- Bueno acepto –dije inconscientemente, con la mente ida.
- Bien, espera que voy a ponerme algo y traigo el menú –dijo sonriendo.
Marchaba deprisa por la puerta y no podía apartar la vista de su trasero, madre mía que bueno está el tío, uf, concéntrate Merceditas, que es caramelo de otra, pero esos ojos verdes, eran tan irresistibles, que quien podía rechazarle un poco de ensaladilla rusa y un filete empanado...

jueves, 26 de febrero de 2009

Poesías de amor y primavera, y otros relatos breves

“Traición”
Era tarde en el día, la noche casi llegaba y en sus ojos de pantera, vi esa mirada de fiera, esa mirada hastiada, con que miran los verdugos, a su victima penada.
Esa mirada de loca, esos ojos penetrantes, que dicen sin decir nada y miran sin más, y callan; ese brillo en la mirada, y esa cara descompuesta, preludio de un arrebato.
Deja de apretar las perlas que asoman por tu boquita, deja de apretar mi amada, me aflige verlas dañadas. No penes por lo que veas, de sentimientos no hay nada.
Fuera ardor de primavera, calentura, desenfreno; mas, nada en mi existe tan puro, que el cariño, hacia ti, amada.
Deja marchar la niñera, que fuera capricho mío, y nada tuyo robara, fuera quizás su inocencia, la que a mi lecho postrara, a esta pobre desdichada.
Deja de mirarme amada, que no soporto el sentir, ese desgarro en tu alma, ese sentimiento herido, ese despecho asumido, de esta traición consumada.
No calles, dueña de mi alma, escupe hacia mi tu ira, deja en libertad tu rabia, que siendo tú la ofendida, y yo la causa que daña, acepto cualquier castigo, mas, tú con eso ¿Qué ganas?...






“Despecho”
Gano en orgullo, ladrón, que esa perra traicionera, lagartona aprovechada, con engaños de niñera, usurpándome quisiera, despojarme del cariño de todo lo que más quiera, ignorando la decencia, que bien guardarla debiera, para hacerse con mi dueño, con su amor y con mi hacienda.
Sal de esta casa traidor, olvídate de mis hijos, de mi cara, de mi hacienda, y llévate esa vergüenza, cuya desnudez oculta tras las ropas de mi ajuar.
Déjalo, no toques nada, que este momento se guarde; si deseando tu cuerpo, tus caricias y tu sexo, al revolver la mirada, vea todo cual se queda, hasta que no sienta nada.
Ofende mi dignidad, la desnudez de mi amado con otra junto a mi cama, regocija tu mirada en esas carnes de niña, que has preferido a tu amada.
Olvida mis carnes flojas, mis cariños, mis lamentos, aquellos momentos tiernos, y déjame el sufrimiento, que llore en mi soledad, mi desgracia, mi locura.
Salid de esta casa ya, sin volver la vista atrás, y no regreséis jamás, déjame llorar mi luto, mi amargura, mi lamento, de este amor que ya se ha muerto...


“Amor en bote”
El amor es como el aire que se respira una vez
y se expira con la fuerza de respirarse otra vez,
bocanada a bocanada se degusta con placer,
para luego despojado de su deseo tal vez,
es guardado con presura y etiquetado después,
quedando el grato recuerdo de quien tomara de él,
y luego dejó guardado para hacerle uso otra vez...
“Amor de primavera”

Olvidaste aquel día tus recuerdos,
por desear el haberme conocido,
si afectos, nuestra vida compartido,
sellando un compromiso con los dedos.

Sintiendo atados nuestros cuerpos,
rozando con caricias nuestras pieles,
besando suavemente nuestros cuerpos.

Deseabas no jugar a un mismo juego,
mientras mi amor cegaba mis sentidos,
éste burlado fuera, herido luego.

Olvidaste mostrarme la jugada,
apostando razón en la partida,
cegado sin tu amor perdí la vida,
olvidando fisgar en tu mirada...
“Réquiem”


Ya no amanece al alba, todo ya es noche
La luz de la mañana, nunca aparece
Era tan bello el día, cuando llegabas
Que hasta las mariposas revoloteaban
Eran tan corto el día, cuando tu estabas
Tantos buenos momentos me regalabas
Que hasta la luz del día me la eclipsabas
Llegabas bien temprano por la mañana
Jugábamos a juegos de enamorados
Entrábamos de tarde, a la madrugada
Que feliz que me hacías nena de mi alma
Fuiste mi luz, en vida, ahora mi alma
De esa sombra que fuiste, no queda nada
Miro hacia el cielo, y no veo nada
Siento sólo el calor que el Sol me regala
Maldigo en soledad el día, que no te vi al alba
Tentando por la cama buscando tu alma
Pero ya de resultas, no encuentro nada
Te fuiste de mi lado sin despedirte
Te fuiste de este mundo, sin decir más nada...





“Flor de Canela”

Flor de canela que aromas el aire que respiro regando mi cuerpo con tu esencia, soltando tus cabellos, rizando el aire. Esos tan bellos brotes que alimentaban mi alma. Gacela huidiza que me ves y te giras, castigando sin duda mis devaneos; caminante errante sin destino. Sombra del lucero que a extraños embelesa. Te seguí por mares tormentosos; cortaba con mis manos la espuma de la orilla, y cribaba la arenas entre los dedos, quizás
en busca de algún recuerdo. Miraba como hundías bajo el agua tus talones, formando en tus pisadas charquitos en la arena, que el paso de una ola rellenaban. Mientras yo con mis pies te los buscaba, para ir por el suelo que pisabas. Intentando alargar más tu recuerdo, al lado de tu sombra, pegado caminaba; sintiéndome tuyo, sin tú mía serlo. Buscaba tus besos en el aire, descansando la vista en tu figura, viendo tu rostro con dulzura, eclipsar sin duda, la flor más pura. Soñaba despierto en poseerte, mirando las huellas que dejabas, hasta que una ola atemperada, cubrió de arena tu última pisada. La dura crudeza de la vida, hizo de mi esperanza una ironía, tanto tiempo cuidando tu hermosura, pisando el suelo que pisabas, adorando las cosas que tirabas. Queriendo en mis deseos, que de amor recibiera, tanto como yo daba. Ingenioso dolo que tristeza causa, ese amor fingido que sin sombra pasa; dejando en tu esencia a flor de canela, un dulce recuerdo que de agriado, se pasa...



” Olvido”
Bellas rosas obtengas del jardín de la vida;
Hermosos recuerdos guardes en tu memoria.
Que tu alma no sienta pena por la vida,
y llegado el momento de marcharnos:
piensa en las rosas recogidas,
en aquellos recuerdos bien hallados,
en todo este tiempo disfrutado.
Aunque fuera yo quizás el ignorado,
y te sirviese tan solo de salida.
Es mi deseo, que goces de la vida,
con ese hombre, que pudo separarnos...

“Jardinero de la reina”

Avivas la llama del fosco fuego, jardinero.
Con tus callosas manos, sirves la leña al carroñero.
Y con tus dulces labios, rimas me enseñas.
Que desea la Condesa, que su sonrisa me brinda.
Con sus cabellos al aire, mostrando su fortaleza.
Y esa dulzura en mirada, que me enternece hasta el alma.
El deseo de tu reina, me mueve hasta ti, bribón.
Despiertas olores de amanecer, para contentarla.
Cuando tan sólo llega el ocaso, a su vientre.
Alumbráis ideas a un soñador, Condesa.
Sin saber que es lo que sueña, su majestad.
Traspiráis aromas de primavera, tan dulce sois.
Sois un gran adulador, a más de muy complaciente.
De vuestra virtud, yo hable a nuestra señora ayer
Mas, empieza a caer el otoño, para el jardinero.
Dejad de intrigarme, amazona de suaves modos.
Pues, vuestra belleza eclipsa el fulgor del fuego.
¿Qué busca su majestad, en casa del jardinero?
Acaso quiera una rosa, para lucir en su pelo.
Quizás busque crisantemos, para ornar su panteón.
No, rosas no quiere, llevé ayer, seguro estoy.
¿Crisantemos? No es su época, aun no refulge el color.
Quizás castigarme quiera, mas, ¿qué he hecho yo?.
Pobre lacayo, sumido en tal desventura.
No aciertas a comprender. ¿Qué busco?.
Tu corazón, eso desea, tu reina.
Majestad, perdonad a este su siervo, por tarde reverenciar.
No sentí vuestra llegada, ¿a que debo yo este honor?.
Que además de la Condesa, me honráis con vuestra presencia.
Sois joven y adulador, mas, mi señor decadente.
Sois rico en simiente, prolijo y muy complaciente.
Mi señor esta seco, y mi vientre cae sin dar frutos.
Dadme pues todo que pido, y seré benevolente.
Señora, mi corazón, no es ya de mi posesión.
Tomad mis manos, mi cuerpo, mis ojos.
Si queréis sacádmelos, mas, mi corazón.
No es mío, ya hace tiempo que lo deje servido.
Se lo cedí a mi dama, y ella lo guarda.
Te confundes jardinero, tu dama, marcho.
En tu casa nada queda, que la recuerde.
En su recuerdo, nada queda de tu esencia.
A su marcha, ni un adiós te ha dejado.
Nadie tiene a tu corazón atado.
Solo, vacío, vano, triste has quedado.
Tu reina, hasta ti, para llenarlo, ha llegado.
Qué será de él, cuando a vuestro fin haya servido.
Cuando la simiente, su fruto haya producido.
Y en vuestras entrañas su fin halla servido.
Entonces y solo entonces, será del reino tachado.
Su denodado esfuerzo olvidado, y nunca más nombrado.
Ni un recuerdo, ni una sombra, todo anegado.
Sólo os pido una cosa, un deseo caprichoso.
Después de ser copulada, y vuestro vientre sembrado.
Dejadme elegir mi suerte, y cuanto toque mi muerte.
Dejadme cavar mi fosa, y sembradla de narcisos.
Cuidadlos bien y regadlos, hasta que florezca el tallo.
Y todas las primaveras, segad los tallos a ras.
El más lindo que escojáis, prendéoslo en vuestro pecho.
Que así nuestros corazones, quedarán lejos de olvido.
Ese capricho os pido, me reverencio y humillo.
Sea el capricho admitido, venid, dadme lo que pido.
Bribón, canalla, bandido, que dulce es lo prometido.
Dadme todo, nada guardes, empuja dentro tu libido.
Que, miembro tan bien servido, tanto tiempo me he perdido.
Me hace desearlo más, hasta perder el sentido.
Han pasado tantos años sin sentir tantos latidos.
Creo que me desfallezco, que calor siento en mi pecho.
Que dulzura, que agonía, esta traición me enloquece.
No aguanto más sin gritar, vacíate dentro ya.
Hay Dios que me dan temblores, ¿esto será ya pecado?
Lo a gusto que me he quedado, con la bula del Obispo.
Que pecar no es un pecado si es por el bien del Estado.
Todos los días vendré a recoger lo servido.
Y cuando dos faltas tenga, elegiréis la prebenda.
Que excavaréis con esmero, hasta que cojáis entero.
Decidme que haréis con lo dicho, para cumplir el capricho.
Que una flor de mi jardín, haga en mi servir su fin.
Sea pues, la belladona la que duerma a mi persona.
Sea pues, y pensad que es tan alto el sacrificio.
Que hablaré con el Obispo, para honraos en Oficio.
Pues que si de mi dependiera, santo yo que os hiciera.
Estad seguro y tranquilo, que ese rincón recogido.
Que vos dejéis elegido, con lágrimas regaré.
Y al fruto del sacrificio, junto a mi, me lo traeré.
Que aunque ignorante y de pecho, ajeno no quede al hecho.
Y cuando vea las flores, se pare y no las ignore.
Piense, las mire, y no olvide, que esas flores han crecido.
Con el dolor de su madre, por contentar a su rey.
Dejando en este jardín su corazón afligido...

“Un año pasa”

Pasará el año sin descanso, en nuestros huesos mellados por el tiempo, en nuestra carne gastada por el tiempo, y en nuestro pelo blanco.
Pasará sin girar la vista, añadiendo leña al fuego de la vida, mermando el montón de leños viejos, devorados por las llamas del recuerdo.
Pasará anidando en nuestras mentes, la esperanza de seguir un año mas con vida, desgastando nuestra carne sin descanso, arrastrando nuestros mellados huesos a través de la hoguera de la vida.
Pasará recordando con nostalgia nuestra vida, añorando aquellos años muertos, deseando nuestras perdidas carnes prietas; anhelando unos fortalecidos huesos; peinando la firme cabellera de aquellos tiernos años.
Pasará sin apenas disfrutarla, gozando la vida en su recuerdo, avivando la llama de otras vidas; enseñando en su esencia los recuerdos, cuidando de la llama sus retoños, influyendo con nostalgia en sus recuerdos.
Pasará este año que termina, y en sus entrañas alumbre un nuevo año, distinto del pasado que dejamos, mejor si cabe de recuerdos, que llegando en el ocaso de su vida, siembre de esperanzas nuestras vidas.
Pasará pariendo un año nuevo, olvidando en sus entrañas sufrimientos, deseando buena vida en nuestra hoguera, recargando de troncos la leñera, azuzando de nuevo la esperanza.
Pasará seguro sin remedio, y tan sólo yo pido mi deseo. Felicidad para este año renovado, que brille con fulgor la llama de la hoguera, alegrando la mente y su leñera, dejando patente en su recuerdo, que este año que dejamos, cuando menos, sea peor que el que acogemos...


“Adiós en la mirada”


Sentía en sus ojos la tristeza,
del amanecer tardío en el otoño.
Sentía el frío rostro del olvido,
en la mirada fría de mi amada.
Acariciaba su rostro sin sentirla mía,
deseando amar una quimera.
Soñando en momentos no vividos,
deseando alguno fuera mío.
Miraba ese rostro de tristeza,
esa sonrisa que a penas me decía.
Sentía sus latidos alejados,
deseando no encontrarse con extraños,
pidiéndome alejarse de mis manos,
sintiendo el pasado ya olvidado.
Mis labios besaban su sonrisa,
pero de fría no sentía ni su aliento.
Pedía con tristeza una mirada,
que llenando mi alma me salvara.
tan sólo pudiendo sonreírle,
sentí como el silencio me alejaba.
Pidiéndole una sonrisa deseada,
ya a penas sentía su mirada...

“Mirada bruja”

Con tu mirada bruja, abres mis ojos.
Y son con ellos, que verte quiero,
entre sabanas suaves de terciopelo,
remarcando tu cuerpo y sus requiebros.

Llenas con fantasías, llenas mis sueños,
sintiendo tu sonrisa besar mi cuerpo,
con el frescor de niña que llevas dentro,
mientras en tus marfiles, mi lengua dejo.

Sintiendo por mi cuerpo, tu suave aliento,
cual grácil aleteo de golondrina,
salpicando los cielos con acrobacias,
pintando corazones con su aleteo.

Cobijando tu boca recuerdos bellos,
que florecen golosos cuando los veo.
Brotando de tus labios, lindos alberos,
rodean amapolas, marfiles bellos.

Orgullosos florecen, estando lejos,
ofuscando mi mente con tu sonrisa,
golpeando mi ego; cuando no hay prisa.
Jugando con tus ojos, y tu mirada.

Esa mirada bruja, que a mi me agrada,
embriaga poco a poco y, llena mi alma,
con rincones secretos de sueños bellos,
que guardando distancias nunca se apagan.

Dejando en mis palabras sentir tus besos,
soñando con mi cielo, que siento dentro.
Abrazando en mis sueños todo tu cuerpo,
y es tu mirada bruja, lo que más quiero...



“De nena”

Ya no amanece al alba, todo ya es noche.
La luz de la mañana, nunca aparece;
era tan bello el día, cuando llegabas,
que hasta las mariposas revoloteaban.
Era tan corto el día, cuando tu estabas,
tantos buenos momentos me regalabas,
que hasta la luz del día me la eclipsabas.
Llegabas bien temprano por la mañana;
jugábamos a juegos de enamorados,
gozando de la tarde hasta la madrugada.
Que feliz que me hacías nena de mi alma
ahora tan solo quedo, sin decir nada
fuiste mi luz, en vida, ahora mi alma.
De todo lo que fuiste, no quedó nada.
Te busco por el cielo y no encuentro nada,
siento sólo el calor que el Sol me regala.
Maldigo en soledad el día que no vi el alba,
tentando por la cama buscando tu alma
Pero ya de resultas, no encuentro nada.
Te fuiste de mi lado sin despedirte,
te fuiste de este mundo, sin decir más nada...


“Soledad de amor”

Frágil sonrisa helada,
entumecida de tristeza su alma,
vivió sola, sin nada,
amaneciendo calma,
yaciendo tendida en su fría cama...

“Longevo”

Nuestras vidas son caminos,
que se hacen al caminar,
cuanto más tiempo vivimos,
más duro se hace el andar.

“Lealtad”

La mirada enseña el alma,
tus labios dan caridad,
toma mi mano y su palma,
en muestra de mi amistad.


“Ciego de amor”

Olvidaste aquel día tus recuerdos,
por desear no haberme conocido,
si afectos, nuestra vida compartimos,
sellado compromiso, en nuestros dedos.
Si atados sentiste nuestros cuerpos,
rozando con caricias nuestras pieles,
besando suavemente nuestros labios,
demostrando ese amor que no te vale.
Deseabas no jugar a un mismo juego,
mientras mi amor cegaba mis sentidos.
Éste amor burlado fuera, luego herido,
Al sentir que tu amor, ya no era mío.
Olvidaste apostar en la partida,
aduciendo razón en la jugada.
Cegado sin tu amor perdí la vida,
olvidando fisgar en tu mirada...

“Mar de vida”

A la orilla de la mar bravía,
puse mis pies en sus aguas.
Dejándole al mar, los besara;
sintiendo en sus suaves besos,
como el mar me recordaba,
sueños de amores perdidos,
mal hallados, no encontrados,
desamores traicionados,
o simplemente burlados.
Quise sueños más profundos,
dejándole al mar, me abrazara.
Sus besos ya me asfixiaban,
sin aire en la mar estaba.
Y como gracia del cielo,
sentí en mis labios un beso.
abrí mis ojos desnudos,
hallando junto a mi cara,
la boca que me besara.
Me separé un brazo de ella,
para mirar bien su cara:
ni ángel, ni sirena fuera,
no era joven, ni doncella.
Y sin embargo era ella,
a mis ojos, la más bella...


“Amor ingrato”

Flor de canela que aromas el aire,
regalando a mi olfato con tu esencia,
embriagando de dulce complacencia,
tu belleza que abruma mi existencia.
Tu cabello suelto rizando al viento,
alimenta mi alma tan bello brote,
evocando al reflejo un angelote.
Gacela esquiva que al verme te giras,
castigando sin duda mis deseos,
la gracia que tienen tus contoneos.
Sombra del lucero que me embelesa,
es tu mirada triste que me apresa,
con el yugo de quien sin querer hiere,
tan solo con besar una promesa,
que por falta de amor, triste se muere.
Caminante confusa sin destino,
te seguiré por mares intranquilos,
cortando con mis manos las tormentas,
separando las olas con los dedos,
buscando entre su espuma algún recuerdo.
Hundías bajo el agua tus talones,
remarcando charquitos en la arena,
que el paso de otras olas rellenaban,
eslabones de una misma cadena,
que entre espuma y arena se engarzaban.
Mientras yo con mis manos los buscaba,
para pisar el suelo que pisabas,
intentando alargar más los recuerdos,
pegados a la estela que dejabas.
Sentirme tuyo, sin tú mía serlo,
buscando tus caricias en el aire,
descansando la vista en tu figura,
contemplando tu rostro con dulzura,
que eclipsa sin duda, la flor más pura.
Ensoñando despierto en poseerte,
mirando entre las huellas que dejaste,
en tanto que una ola, atemperada,
cubrió de arena tu última pisada.
La dura crudeza de nuestra vida,
hizo de mi esperanza una ironía,
tanto tiempo observando tu hermosura,
pisando tras los pasos que pisabas,
adorando las cosas que tirabas.
Magnífica criatura del bosque,
bella rosa del jardín de la vida,
hermoso recuerdo de mi memoria,
que tu alma no se apene por la vida,
y llegado el momento de marcharnos,
marchitas nuestras rosas recogidas,
en aquellos recuerdos bien hallados,
que de todo este tiempo disfrutado,
aunque fuera quizás el ignorado,
y tan sólo para ti una salida,
es mi deseo, goces de la vida,
con ese hombre que pudo separarnos...


“Reflexiones en la espera”

Tras fría columna paciente espera,
cada mañana al despunte del alba,
ver el rostro de Elisa en su ventana,
con dulce sonrisa que aviva su alma.
Bajo los soportales andaba ido,
ocultando su dicha a los seglares,
y a pesar de sentirse complacido,
por el amor, no hay que dar que hablares.
La mañana lucía cielo azulón,
y el fulgurante astro remarcaba,
como blanca patena inmaculada,
una diminuta nube de algodón.
Contemplaba en la sombra que dejaba,
sobre el frío balaustre reflejada,
que ingrato beneficio ve en la nube,
el Sol, para que así la despojara.
Caminaban dos frailes por un huerto,
bendiciendo a su paso a los hortales,
traíanme recuerdos de seglares,
ironía del mundo razonada,
cuando a mis abuelos se humillara
y por codicia se les despojara,
de bienes y fortuna bien ganada.
La humillación torna en bendición,
si en el nombre de Dios condicionada,
otorgando en favor la sumisión,
mal dada como gracia, y otorgada.
Por fin asoma Elisa a la ventana,
mejillas muy blancas rezan su cara,
quizás sea sangría, su vientre clama,
que dulces sus ojos, como me llaman...



“Divina sabiduría”

En un año de sequedad extrema,
transformados los campos en eriales,
desecados ríos y manantiales,
el buen Dios de las tierras se afligiera,
regando con caricias la floresta,
permitiendo a las nubes la taparan,
y que de su vientre el agua brotara,
regando así, las tierras maltratadas.
Reverdeciera fresca la floresta,
su hojarasca de abedules y hayas,
se asomaran al Sol, de agua hinchadas,
dejando fuera atrás, a los eriales,
ocultando penurias, ya pasadas...

“Esclavo del deseo”

Aguas turbias traen las tempestades,
mohínas como el odio mañanero,
carcomiendo con saña las entrañas,
de quien apenado se adolece,
sabiendo de seguro su condena.
Muriendo poco a poco confinado,
cerrando los ojos al presente,
sintiendo oscuridad en la mañana,
buscando luz en la noche,
ansiando así gozar de calma,
buscando una salida sin futuro,
aferrado al mástil que sustenta,
deseando sin serlo ser amado,
buscando asirse en el vacío,
logrando la nada por ventura,
aguantando su pena sin aliento.
Temeroso al fracaso se retuerce,
negando la evidencia que adolece,
ocultando la luz en su mirada,
negando a su alma la alegría,
que egoísta ego compromete,
blandiendo sin rubor su hipocresía.
Dejando de lado sus principios,
quizás muriendo en su agonía.
Ocultando a quien hubiera sido,
tentación, placebo a su mirada
amor soñado, mas, no vivido...


“Sátira”


Pasión lujuria y desenfreno, sentía Uribe junto a su negra, sus ojos eran fuego. Sus manos temblorosas sentían la tersura de sus senos; boquiabierto, el babeante anciano, deseaba beber la juventud de su amada. Doris, sonriente gozaba del sufrimiento al que sometía a su siervo, mientras, cogía su mano y la pasaba por el rizado bello de su pubis, provocando al anciano, que tembloroso suplicaba por sus besos.
Doris humedeciendo el dedo de Uribe, le miraba con lasciva provocación, para luego prohibir usar el dedo humedecido, provocando en él, una profunda confusión que lo irritaba. Consintiendo a Uribe en dejarle posar los labios en sus senos, confiriendo al anciano un galardón, mientras pasaba su lengua de húmeda elocuencia por su abultado befo, provocaba el deseo en el anciano, sin consentir que una u otra vez siquiera fuera hurtado, siendo a su dueña a quien correspondiera, cuando otorgarlo...





“Un soplo en el huracán”

Lanzar las miras al cielo.
Pensad en ¿Qué hay más allá?.
Cerrad los ojos diciendo:
Y en el fondo ¡Qué más da!
Volver la vista despacio,
pero, recapacitad.
Si lo vello es el momento,
¿por qué hemos de penar?
Si hay algo, ya se verá.
Y sino, ya, igual dará.
Gozar pues de este momento,
sin que importe lo demás
Soplar con fuerza el teclado,
hasta sin polvo quedar.
Agilizar bien los dedos
y que comience a sonar,
el clic clac de nuestra huella
que quede en el huracán,
aunque a modo de palabras,
que el viento no llevará...

“Acallando el amor”
Hablarte es entenderte
oírte es poesía,
tus labios son mi cielo
tus ojos mi candela.

Tu risa me enamora
y evade en sentimientos,
el alma adormecida
que ansía tus caricias.

Te quiero en el silencio,
a oscuras te deseo,
mis manos me atormentan
al no sentir tu cuerpo.

Tan solo llevo en mente
un solo pensamiento
que el Sol iluminase
al alba un nuevo día.

Y juntos nuestros cuerpos
con luz se acariciasen
lejos de pensamientos
e hipócritas pudores.

Ignorando a las gentes
que miran con desidia,
sería mi alegría,
sentir juntos la vida







“Boquita tuya”

Alegras los ojos que te miran,
con altaneros pasos ejemplares.
Tu contoneo de caderas frivolizan
el desgarbado andar de quien te mira

Sonriendo burlona cuando pasas,
sintiendo el deseo en quien te mira,
desdeñando su deseo con desprecio
sosteniendo al frente tu mirada.

Es tan perversa tu pícara sonrisa
y es esa boquita tuya tan bonita,
que enamora tan solo con mirarla,
arrancando suspiros por besarla...

“Hasta siempre...”
Cuando estés sola,
sin nadie ya a tu lado,
no piense, ¿qué he hecho?
Ni, ¿en qué le habré fallado?
Intenta hacer tu vida,
olvidando el pasado.
No malgastes tus días,
inventando rencores,
odiando a quien quisiste,
imaginándole amores.
Que no es amor sincero,
el amor posesivo,
el amor sin permisos,
ni el amor prisionero.
Que la vida no es vida,
sin amor compartido,
sin amigos sinceros,
o sin querer vivirla.
Por eso mira al cielo,
invéntate una nube,
luego mira un espejo
y veras lo que ocurre.
Al sentir tu reflejo,
con expresión dolida,
verás a quien sin duda,
es tu mejor amiga...





“Oscurecía”

Oscurecía el día, el Sol marchaba,
una fuerte tormenta le amenazaba,
iluminando el cielo cientos de rayos.
Con su bronco sonido truenos llegaron,
que impedían a Clara guardar su sueño.
Saltando de su cama, fue a la ventana
buscando entre las nubes, la Luna que marcaba.
Levantando sus manos, mostrarla quiso,
y estirando sus dedos, hueco le hizo,
apartando la nube que la ocultaba,
dejando entre los nimbos, una ventana,
que a la luz de la Luna pasar dejaba.
Mirándola la niña como brillaba,
de su color de plata quedó prendada,
obsequiándola un beso, de enamorada
le guardó una sonrisa y, se fue a la cama...
“El Cólera”

Llegaste sombría y sin convite,
abriga entre mantas arrapadas,
de finas hebras bien madejadas,
portando la muerte como envite.

Que engañosa fuera su alegría,
abrazada a madre desgarrada,
que tomó de tu mano agradecida.

Hurtar a un muerto fuere error,
rico regalo de pobre portador,
que envolviera a joven varón.

Ignorancia muda de tu portador,
pobre mendigo que no hallo jirón,
y trajo muerte sin comunión;
ceguera innata de no sabedor.
“Prejuzgado”
Hincado a estaca de un jarazo,
provocando risas entre las gentes.
Pobres, locas e ignorantes mentes,
que adolecen de pensamientos coherentes.
Sin compasión ni amor hacia el vecino,
sonríe ante la adversidad de un inocente,
cosa indecente; que perturbada mente,
sonriendo ante desgracias de otra gente.

Ocultando en la mirada su ignominia,
esperando ver ejecutar al reo herido,
asistiendo con gusto al sacrificio,
injuriando con sorna al afligido.
Dejando bien tapadas sus bajezas,
oculto entre exaltada muchedumbre,
tirando piedras y ocultando manos,
regocijándose con sádica vileza.
Sin esperar sentencia que lo afirme,
juzgando siempre al débil por culpable,
y perdonando al fuerte, aún condenable,
guardándole la cara; reverenciando afable.
Sin pensar que algún día, aposta no lejano,
quizás te toque, hermano, tú ser el prejuzgado.
Tu risa torne en llanto, sintiéndote caído,
al ver como el amigo, se torna en enemigo.
“Saludando al día”

La Luna tiraba su luz apagada sobre el horizonte,
dejando en sus sombras un lago de plata y espejos brillantes.
Oculta en su orilla la sombra negruzca de una vieja barca,
marcando en la arena la pesada huella de su quilla hincada.
De espaldas a la Luna ocultando el rostro un viejo hogareño,
Jugando en la arena con un palo seco, va haciendo surquillos,
mientras, se calienta al lado de un fuego ya casi apagado;
con el lago al fondo dirigida al este fija su mirada,
que vidriosa espera el cálido abrazo de su viejo amigo.
La brisa del alba con mano de seda mecía las aguas,
Y el lago ondulaba rizando su horilla con belleza propia.
Con tonos rojizos de puros rubíes despereza el día,
dejando a la Luna ya casi escondida, dar su despedida.
Y bajo unas nubes con tímido abrazo lanzando sus rayos,
el Sol que alumbraba la barca rizada por las suaves olas.
Con barbas ya canas y la boca abierta, cortés saludaba,
a ese viejo amigo, que día tras día nunca le fallaba.
“Buen día usted lleve” Bajando la cara le reverenciaba
y dando su espalda, con paso cansino de allí, se alejaba...
‘Amor sin entrega’

Enmarañada a un tronco, la sutil hiedra,
entrelazando ramas de convivencia,
tomando de su savia para hacer vida.

Conjuntado armonía sin alegría,
esperando un reproche o una caricia,
dependiendo la sombra que le cobija.

A la espera de un tronco con mejor porte,
que a sus fornidas ramas, prendida quede,
buscando unas caricias, amor, o dote.

Llenando de alegría vidas vacías;
entrelazando ramas de convivencia,
llenando todo el tronco con sus retoños.

Sin notarse asediada por aquel tronco
que permitiera lazos sin dar reproches,
abrigando a sus hijos con su cobijo.

Sin sentirse engañado por mala hierba,
y secase su tronco, secándole a ella,
dejando allí sus ramas enmarañadas.

De finos enrejados de secas ramas,
cubriendo su corteza que ya sin savia,
moría de tristeza, ya sin amada.

Quedando en su corteza tan bien fijadas,
las pira de ramitas que enmarañadas,
esperando aquel fuego que la abrazara.









“Fin de la partida”

Olvidaste mostrarme la jugada,
apostando razón en la partida,
cegado por tu amor perdí la vida,

Olvidando aquel día mis recuerdos,
por desear no haberte conocido,
sin afecto, nuestra vida compartimos,
sellando en nuestros dedos compromiso.

Atados nuestros cuerpos consentidos
rozaban las caricias nuestras pieles,
besando suavemente nuestros cuerpos.

Deseabas no jugar a un mismo juego,
mientras mi amor cegaba mis sentidos,
éste burlado fuera, más, luego herido,
robado el corazón, ya sin latidos...






“Gitana”

Triste arlequín de ojos enamorados,
mirada aviesa hacia tan joven presa,
dulce néctar con sabor a frambuesa,
cálidos sentimientos atrapados.
Suavizando el dulzor que me embelesa,
el desprecio que tu mirada enseña,
comiendo al corazón que amor empeña,
igual a fuego que come de su presa.
Me turba tu sonrisa en la mañana,
bordando en tu boquita de gitana,
pespuntes de marfil en fondo grana.
Bello ángel de madurez temprana,
que haces palidecer de envidia sana,
toda imagen que de tus ojos mana...
“Vagabundo”

Vagabundo tosco de mirada triste y pisar cansino, jadeante muges como becerrillo, cuando caminando cruzas peregrinos; solitaria sombra que huellas no deja, marcando camino sin fijar destino, royendo las suelas de esas viejas botas, que como reliquia al no tener otras, cuidas con esmero ese viejo cuero, donde ya no hay suelo, ni cordel, ni un hilo que agarre la suela.
Viejo vagabundo que aguardas cansino a tocar destino, solo y avezado a vagar sin rumbo, mendigando amor, pidiendo cariño. Sólo con tus botas, tu jubón, tus calzas y ese sombrerejo comido por cuartos, raído y gastado por los cuatro cantos.
Esas rudas manos cubiertas de mugre curtidas del frío, buscando cobijo en la capotera, y esas barbas canas cubiertas de greñas que tanto resalta bajo la solana. Pero son tus labios costrados del frío, cerrados, severos los que más reclaman un techo, o un agüero que cambie su suerte, le indique un destino o si no hay remedio le entregue a la muerte. Son sus ojos dulces de viejo risueño, los que engañan siempre con su lagrimeo, su falta de aliento, o esa mano tosca, mugrienta y huesuda, que cuando la estira pidiendo un mendrugo, siempre lo agradece con gesto mohíno, guardando la pieza en su capotera, cerrando los ojos y bajando el rostro humilla su cejo, guardando la vuelta. Desmigas con ansia de hambriento, cuidando las migas con un gran esmero, que guardadas queden en su panza todas, ahogándolas luego en el arroyuelo, sirviendo a su cuerpo reposarlo luego, mirando hacia el cielo, buscando una estrella, que a bien si lo guarde, pudiera dormido ensoñar su fuego.
Harapo o pingajo tirado en el suelo, que a nadie da cuentas, dueño de nada y amo de todo, sin hacienda a cargo, ni una cabañuela que guarde su sueño, ni una buena ama que cuide a este viejo, tirado en la hierba, casi como un perro, sin ama ni dueño, sin casa ni cama, sin hogar ni fuego, tirado en el suelo bajo las estrellas, sin poseer nada, mas, siendo su dueño...







“Oda a la vecindad”

Nuestras vidas son caminos que se agrandan al andar,
y andando junto a un vecino más grato es el caminar.
Si este vecino es tu amigo, es doblada la amistad,
Y si marca la distancia, perdida la vecindad,
Siempre que quede el amigo, allí el vecino estará.
Caminando esos caminos al lado de un buen vecino,
que compartiendo contigo esas piedras de camino,
entre tropiezos y esquivas, saltos y pasos atrás.
Ya sea corto el camino, o largo se te haga de andar,
si ese vecino es tu amigo, igual lo has de disfrutar.
Pero si la piedra es grande y duro se hace de llevar,
Sabes que con un amigo, buen apoyo encontrarás,
Endulzándote las penas y alegrando el caminar,
Hasta que el camino venza y ya no se pueda andar,
Entonces queda el recuerdo del camino visto atrás.
Igual que marca la lluvia su caminar hacia el mar,
esculpiendo gota a gota en las rocas su pasar.
Así queden nuestras vidas marcadas por la amistad,
que un día se separaron en distancia, nada más,
quedando en los corazones un poco de soledad...
Como granitos de arena, esparcidos por el mar,
quedaron los corazones a la hora de marchar.
Con dolor en sentimientos, sin volver la vista atrás,
Salimos de casa un día para cambiar de ciudad,
Perdiendo a nuestros vecinos, pero quedó su amistad..

“Amor soñado”

Tú eres la llama que iluminó aquel día la noche ciega.
Con sonrisas perdidas, caricias imaginarias y deseos frustrados,
llenaste de esperanzas el hueco de mi almohada.
Cabalgando en el tiempo buscando aquella llama,
sentía en mis caricias la fría y fofa almohada,
buscando amargamente la huella de la llama que nunca la ocupara.
Como candil lejano, marcando en el camino una distancia,
buscaba entre tinieblas la llama de tu fuego que al corazón llegara...
“Amor sin amar, se apaga”
Esperando un adiós que nunca llegaba,
encontré el amor que jamás yo busqué.
Ocultando el amor que más ansiaba,
encontré el adiós que jamás deseé...








“Lunes”

Caminaba corvada por la mañana;
de sueño que tenía, no se aguantaba.
Con los ojos de pena se lamentaba,
por haber terminado, ya, la semana...
“Martes”

Miraba de reojo por la ventana,
esperaba a su chico que la llevara.
El reloj implacable marcó la hora,
el chico no venía, se marchó sola...

“Miércoles”

En la cama tendida se desvelaba,
por un maldito gato, que la maullaba.
Cada vuelta que daba, se rebujaba,
y ese gato cabrito, no se callaba...
“Jueves”

El sueño la vencía, ya relajada,
abrazando la noche que la arrullaba.
Pensando en alegrías de la jornada,
notó su boca seca, luego ya nada...

“Viernes”

Con el alma de fiesta fortificada,
Maria Isabel esperas ilusionada,
a que llegue la hora de la espantada,
despidiendo al trabajo y, a la jornada...

“Sábado”

El día deseado con tanto anhelo,
prometía una noche de desenfreno.
Mas, un pequeño virus de mal agüero,
la mantuvo en la cama. Que desconsuelo...

“Domingo”

La luz de la mañana no le llegaba,
Pues la persiana abajo se la tapaba.
Sin penar que era de día, ella soñaba,
con un bello galante que la abrazaba...


“El cielo se apiada”

Angosto día de tímidas nubes.
Esperando al alba con pausada pena,
el llanto del cielo que alegre esa tierra.
El agua de vida que nunca bien llega.
Querida por unos y odiada por otros,
pero por la tierra siempre recibida
con brazos erectos loando esta gracia.
La tierra reseca,
sus flores marchitas,
sus matojos secos
y sus campos yermos.
Apelando al cielo que llore de pena,
al ver como muere esa buena tierra.
Agonía inmensa la de aquellas ramas,
que cuelgan resecas por los viejos troncos.
Robles centenarios, alcornoques huecos,
carrascas punzantes que apenas dan frutos,
todos con sus ramas apuntando al cielo.
Pidiendo clemencia por esta condena.
“Condena que es muerte” si el agua no llega”.






RELATOS BREVES

“De pringado por la vida”
Aburrido, me dirigía al cyber para jugar unas partidas con los amigos. En la barra cogimos unas birras y de tapa nos dieron un bono para dos horas de navegación libre, que íbamos a dedicarlas al destroyer, este Charli se enrolla un puñao, es un tío muy sano, lo que pasa es que el joputa hace lo mismo con todo el mundo, y está que se sale la puta cafetería, subimos a la sala VIP en busca de una maquina que solo nosotros entendíamos y que por lo general solía estar libre, pero allí estaba ella, la cabrona la había puesto a funcionar ella sola, y la japuta estaba chateando, ¡no te jode!. Santi pilló un rebote de cojones, pegó un juramento y salió cagando leches hacia la puerta, Gus y el Pedorro le siguieron, pero ese culo me tenía hipnotizado.
Paralizado en lo alto de las escaleras, con la boca abierta babeando como un anormal, no podía apartar los ojos de ese tanga violeta que se dejaba caer por debajo de su cintura y esos apenas perceptibles glúteos que asomaban entre las gomas y el pantalón.
- Lobo, ¿qué coño estas haciendo?. –Gus con los brazos caídos me pedía ir tras ellos, pero esa tía era para mí.
- Gus marchaos vosotros si os sale de los huevos, pero yo he venido a jugar y me quedo hasta que me toque. –a Gus se le pasaría el enfado enseguida, pero yo no estaba dispuesto a perderme esta divinidad.
- Anda que te folle un pez, pringao –con desgana Gus me lanzó una de sus lindezas y se dio media vuelta.
Me volví hacia ella para seguir embriagándome con ese culo tan bien adornado, pero al mirar hacia ella, sentí como sus bonitos ojos verdes se clavaban en mí. Allí estaba mirándome con cara de indiferencia rascándose la cabeza ahuecando su melena multicolor. Me quedé atontado con mi bono en una mano y mi birra en la otra, mirando esa cara de diosa del ciberespacio, incapaz de moverme, hasta que ella abriendo los labios como para darme un beso, sacó su lengua cubierta de chicle y me obsequió con una pompa sorpresa, en cuyo interior, aparecía atrapada su lengua atravesada por un piercing dorado, excitando mi libidinosa imaginación. A partir de ese momento sólo podía ver su lengua horadada por ese minúsculo piercing, y eso que se dio la vuelta y no me hizo ni puto caso, que si llega a seguir mirándome, me desmayo. Pero allí estaba yo como un lerdo mirando su espalda, esperando a que se diera la vuelta para obsequiarle con la mejor de mis sonrisas.
A pesar de su indiferencia no me iba a rendir tan fácilmente, así que sacando fuerza de donde no tenía, con disimulo, enrollé el pañuelo que llevaba en el cuello y lo metí en el bolsillo delantero del pantalón para que marcara bien el paquete, poniendo al lado el bono del cyber para llamar su atención.
Con decisión me coloqué detrás de ella, a su izquierda, a la distancia justa para que pudiera examinar mi generoso paquete, intentando encapricharla un poquillo. Pero nada, pasaba el tiempo y nada, seguía chateando y, no me hacía ni puto caso, hasta que se le acabó el bono, fue entonces cuando se volvió y me miró de arriba abajo, dejando que le mostrara mi maravillosa sonrisa.
- ¿Qué chorbi, te hace una birrita? –extendí mi lata hacia ella.
Entonces si que se fijo en mi paquetillo, y me regaló con otra pompa de chicle. Sin dejar de mirármelo, cogió la lata y se la bebió de un trago.
- ¿Tienes un bono? –con un interés poco expresivo, aunque se le notaba en la forma de hablar que le gustaba.
Joder que voz tenía, si parecía una locutora de televisión, fui incapaz de negarle el bono, así que se lo di, no volvió a decir nada, metió la clave del bono y siguió chateando; allí me quedé mirándola de arriba abajo comiéndomela con los ojos, y la muy cabrona lo sabía y se hacía la dura, provocándome durante dos horas. Comenzaba a ponérseme cara de idiota, cuando afortunadamente se le acabó el bono, se giró sobre la silla, me miró a los ojos, luego bajó al paquete y puso cara de viciosilla, aunque aguanto bien mi irresistible atractivo. Subió la vista de nuevo, la fijó en mis ojos derritiéndolos con una sonrisa, mientras se dirigía hacia las escaleras rodeándome sin dejar de mirarme y bajo contoneándose, dándole tal meneo a su trasero que no quiero imaginarme la filigrana que le saldría cuando fuera al water.
- Tía, dime por lo menos tu número de móvil –le rogué desesperado al verla marchar.
Se volvió, sacó un rotulador indeleble de su mochilita, y subiendo las escaleras me agarro el brazo vuelto hacia arriba y comenzó a escribir números tamaño póster en mi antebrazo.
- Cuando tengas ganas de invitarme a otra cerveza puedes llamarme –susurró en mi oído.
Su mirada me cautivaba, en sus ojos adivinaba el deseo de echarme mano al paquete, seguro que se cortaba por estar donde estábamos, pero me había dado su móvil, y seguro que se moría de ganas porque la llamara.
Era demasiado, una tía tan estupenda, pura fibra, guapa donde las haya, sensual como ninguna, tan guay que si me da un beso en la mejilla me caigo por las escaleras de cabeza, y me había dado su teléfono; con los ojos fijos en esa centrifugadora, la baba se escurría por mi boca. Sin pestañear esperé hasta que la puerta del cyber se cerró tras ella, fue entonces cuando eche mano del móvil para memorizar el número, nervioso me di cuenta de un pequeño detalle. El número era el “616010099” o el “660010919”, de las dos maneras se leía bien, pero ¿cuál era el bueno?. Sin darme más mal tuve una idea genial, la llamaba y en el que se pusiera, ese era el bueno. Marqué el primer número y una voz en lata me dice “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos”, y la muy cabrona lo repetía una y otra vez, así que opte por la opción número dos, llamé al segundo número. Los nervios podían conmigo, esperaba que la voz de esa chica a la que ni siquiera le había preguntado su nombre, se escuchase por el auricular del móvil, pero de nuevo falló la llamada pero esta vez me costó la pasta: “El teléfono al que llama, esta ocupado en este momento, por favor deje su mensaje después de oír la señal”. Este era el teléfono seguro, sin duda la niña estaba usando su móvil, así que a los cinco minutos que me parecieron eternos seguí llamando, y seguía ocupado, insistí lo menos doce o trece veces y al final me decidí por dejarle un mensaje: “Niña, que te olvidaste decirme tu nombre. Como te llames, te invito mañana a una birra, aquí mismo en el cyber de Charli”.
Me pase toda la semana pegado al móvil esperando una contestación, pero el viernes no aguante más y la volví a llamar. Marqué su número tres veces, las dos primeras los nervios me hicieron equivocar al marcar, pero a la tercera fue la vencida, deseaba con todas mis fuerzas que no saliera el buzón de voz.
- ¿Sí?. –la voz ronca de una mujer mayor me dejó cortado, sin palabras– Diga. ¿Quién es?.
- ¡Hola! Buenas tardes, se puede poner su hija –No sabía su nombre, así que fue lo primero que se me vino a la mente.
- Dolores, al teléfono –llamó la anciana.
Ese era su nombre Dolores, mi corazón se puso a palpitar a un ritmo bestial.
- ¿Sí, dígame?. –la voz no me sonaba para nada, pero tenía que ser ella.
- Hola bonita, ¿te acuerdas de mí? Ese chico tan guay que te pone –me deshice en explicaciones, sin que nadie me contestara.
- ¿Quién es?. –una voz bronca, de adulto cazallero se puso al teléfono.
Acojonado colgué lo más rápido que pude. La leche, quien cojones es ese pringao, lo mismo es su padre y lo he jodido todo. ¡Hostias! No podía ser verdad la cagada que había hecho, ahora ella pensaría que soy un capullo, que no tengo huevos para enfrentarme a su padre. Calma Lobo, me repetía para tranquilizarme, piensa en como puedes entrar a su padre.
La tarde fue interminable, dando vueltas al mismo asunto todo el rato, sin saber como disculparme con la chica por haber sido tan grosero. Aunque era mi forma de ser, por ella merecía la pena cambiar, ya lo creo que si, en sus ojos la ternura despertó al poeta que mora en mi interior, ese verde océano sereno de sus ojos, provocaba en mí una enorme agitación; esas mejillas suavemente maquilladas en tonos naranja pastel, hacían que mis pestañas se movieran como aleteos de colibrí; esos labios tan dulces como cerezas maduras, pedían un monumento al amor; su naricilla que tan bien adornaba su rostro, daba una sensación celestial a su torso, casi divina; su pequeña barbilla puntiaguda rodeada de sus cabellos multicolores, semejaban un hermoso pico reflejado en un lago sereno enmarcado por un multicolor arco iris.
Esa fina silueta y ese marcado busto. “Joder, me estoy volviendo demasiado fino”. Que coño busto, si tenía un par de tetas que me dejaron sin palabras, y el culo que asomaba bajo el tanga, que finura, seguro que no tenía ni una microscópica espinilla, ni un gramo de grasa que marcase la más diminuta celulitis. Calma Lobo, calma, piensa de nuevo en como quedar con ella antes de que te vuelvas loco.
Armándome de valor volví a marcar, mi sudorosa mano no acertaba con los números, aunque una tras otra fui colgando y comenzando de nuevo marcando desde el principio, hasta que por fin había completado el número. A través del auricular podía escuchar como hacía llamada una y otra vez, sin prisa porque descolgasen seguía escuchando el timbre.
- ¿Sí, dígame?. - La voz de la anciana de nuevo sonaba a través del auricular.
- Por favor, se puede poner su nieta –fue ocurrente, toda una genialidad saltarme el paso anterior e ir directo a la persona.
- ¿De parte de quién?. –esta vez los nervios me traicionaron, sin pensármelo dos veces conteste.
- Del Lobo. –un sonido continuo me confirmó la sospecha, había metido la pata, la buena señora me había colgado.
Me hubiera dado de cabezazos contra la pared, pero por encima de mi cabreo estaba mi integridad, así que de nuevo tuve otra brillante idea, le mandaría un SMS, seguro que la abuela no se lo cogería esta vez, así que teclee con gran parsimonia hasta que hube completado el mensaje: “Niña, k m molas +k todo, no m castigues + y qdmos ta tarde, x ok u sms con tu nombre, chati t guardo ls brrss sobre la mesa y el bono a . en la maquina, t spr a ls 7 cyb charli, no tardes...”. Terminado y enviado, sólo quedaba esperar una contestación que se hizo esperar. Llegaron las siete de la tarde y allí estaba como un capullo con dos birras sobre la mesa y dos bonos por gastar, así que opté por gastar uno.
El tiempo había pasado deprisa enganchado al destroyer, pero la chorbi no aparecía, miré el reloj y a punto estaban de dar las nueve y me había cepillado las dos birras; mi bono se gastó y me dejó a medias de liquidar a los zombis, así que metí el otro. Fue entonces cuando en el móvil sonó el timbre de mensajes; precipitadamente apreté todos los botones para leerlo y, para cuando acerté, mi corazón dio un vuelco que me dejó un fuerte dolor en el pecho. El mensaje era de la niña guapa, los nervios no me dejaban bajar las líneas y poco a poco fui leyendo: “No he entendido que vende, me llamo Ascen, si puede me repite el mensaje en cristiano...”. Estaba claro que ese teléfono no era de la niña, me armé de valor y marqué el otro número, mientras con mi mano derecha iba aporreando el teclado rítmicamente, el tono de llamada empezaba a sonar. ¡Guay! Por fin cogía línea, pensé, en el cyber el silencio era roto por mis dedos aporreando el teclado, pero cuando el sonido se hacía monótono, el timbre musical de un móvil empezó a sonar abajo, pero en principio no le di importancia hasta que me contestó la voz de un hombre, que no me era desconocida.
- ¿Hola, no está por ahí la chica del flequillo lila?. –mi Corazón se puso a cien esperando que esta vez fuera ella la que cogiese el teléfono.
- ¿Quién, Demi? Pero oye ¿Tú no eres el Lobo?
Mi ángel se llamaba Demi, como la Demi Moore, sin darme cuenta me había quedado atontado al conocer su nombre, pero al llevarme el teléfono de nuevo al oído, me había colgado.
- Lobo –me llamó Charli.
- Sí, dime –pregunté con los ojos perdidos en mis pensamientos.
- ¿Estas jilipollas o qué? ¿Para qué me llamas preguntando por mi sobrina? Si te veo tontear con ella, te meto dos hostias que te arreglo –me gritó desde abajo, tras la barra.
Me quedé atontado, no podía ser la pequeña Demelsa, pero si el año pasado la llevaba su tío a la playa, y llevaba coletas, no podía tener más de catorce años, ¿en qué degenerado me había convertido?; intentaba a toda costa quitármela de la cabeza pero esa pequeña me había entrado muy adentro, no era tan sencillo olvidarla. Cómo podía haber padres que permitiesen a una hija tan pequeña disfrazarse de vampiresa, era inconcebible, pero la niña era un bombón y yo un auténtico lobo...

“DESTINO CAPRICHOSO”

Que soledad fuera del Cuast, el silencio, el vacío, la nada más absoluta. Que pequeña inmensidad vista desde aquí, toda la fuerza que genera el Cuast y no hay forma de controlarla, tan sólo mirar en su interior, ver las fuerzas que lo gobiernan, extraña forma la suya, cambia constantemente, nunca esta quieto, parece vivo, como si quisiera decirme algo. ¿Quién lo pondría aquí? Que gran incógnita, lleva ahí desde el principio de mi entender y aun no comprendo el porqué de su comportamiento; intento comunicarme con él pero no logro respuestas, tan sólo preguntas.
Sus cambios alegran mi quietud, llenan de esperanza mi impotencia, su juego de luces cada vez que se expande, su infinidad de corpúsculos incontables, semejan que van siguiendo patrones caprichosos dentro del Cuast.
Imagino a esos pequeños corpúsculos albergando en su interior otra infinidad de partículas más pequeñas, estas a otras y a otras y así imagino infinidad de cuerpos cada vez más diminutos, hasta el infinito de mi comprensión. Es entonces cuando dentro de lo más ínfimo que puedo imaginar, pongo a seres insignificantes de efímera existencia, que originan a otros semejantes, hasta que se extienden por toda la partícula, los imagino de formas caprichosas, dentro de la exigua existencia que les otorga el Cuast. Cuan caprichoso es el destino, ese ente echo de energía, que se extiende hasta adquirir una forma y que vuelven a replegarse en un continuo ir y venir.
- Hola.
- ¿Eres el Cuast?
- No, soy un pensador.
- ¿Un pensador?
- Sí.
- ¿Y qué eres?
- Soy una imagen tuya, proyectada en ti mismo.
- ¿Y yo que soy?
- Eres el patrón del pensamiento.
- ¿Has venido para hacerme compañía?
- He venido porque tú has deseado que estuviese.
- ¿Qué sabes hacer?
- Dar contestación a tus preguntas.
- Ah! Entonces dime. ¿Qué es el Cuast?
- Es otra imagen de tus deseos.
- No puede ser, yo no puedo controlarlo.
- Tú lo has hecho así, no deseas su control.
- Entonces dime para que sirve.
- Es un proyector de pensamientos, a través de él, generas imágenes, que dentro de tu consciencia se mueve conforme a unas reglas que ideaste para él.
- Explícame como funciona.
Esa pequeña masa que está en el centro es el motor del cuast cundo acumula suficiente materia en su interior la energía generada se desborda y le hace estallar dando origen a su fase expansiva, llega un momento, en que deja de expandirse y regresan a la matriz, entonces comienza la fase de equilibrio en la que los pequeños corpúsculos se agrupan alrededor de los mayores cediendo su energía e iniciando un movimiento de traslación alrededor de estos, y a su vez el conjunto, se debe a otro movimiento de aproximación espiral alrededor de otros mayores y así sucesivamente alrededor del núcleo. Hasta que están cerca del núcleo que se precipitan sobre él engrosando su masa. De esta forma cuantos más cuerpos caen en el núcleo, éste acumula mayor masa y por tanto mayor energía, de forma que la fuerza en el interior aumenta su masa, llegando a un punto en el que la propia fuerza de interior acelera a la materia que forma parte de ella, hasta que su aceleración es tal que se desintegra la materia de estos grupos de corpúsculos aumentando la masa del núcleo a la vez que la energía interior. Así sucesivamente el núcleo no pueda soportar más energía y es cuando se inicia de nuevo el ciclo de expansión.

LA VENGANZA:

La venganza es:
- Dulce cual vino de misa, saboreado a pequeños sorbos de placentero goce, nacido en retorcidas cepas torneadas al sol, y madurado en viejas barricas de cuidada madre.
- Agria como vino agriado custodiado en el tiempo por mal bodeguero de ruines pensamientos y toscos modos, con avinagrado sabor y fosco color que obliga a pequeños sorbos de placer dudoso.
Alimentada por la desesperación, es hija del odio y la intolerancia, madre de la frustración y hermana de la sin razón. Mórbido placer, que suavemente envenena la mente, exprime el seso y la cordura. Sepulta la pasión en vida, bajo pesadas losas de ancestrales claustros y robustos cimiento. Frágiles capiteles de monasterio viejo con piedras raídas y altares sin santos.
Obsesión maldita, que te lleva al clímax, para hundirte luego en profundo olvido de penas sin gloria. Compulsivo deseo de daño añadido con mano discreta y pregón oído, recome tus modos, airea el destino, para quedar luego, tan sólo, el vacío...



“Odalisca”

Con sus ceñidas gasas y muselinas, danzan las odaliscas con sutil gracia, contoneando el torso bien retorciendo, mientras juegan sus manos con atadillos, como si ellas tejieran, jubón a nudillos.
Con sus ojos oscuros miran de lado, donde sentado espera su deseado, buscando con sus gracias de buen agrado, el favor de su amo para la noche, compartiendo su alcoba, quizás su lecho concediendo el derecho por himeneo, que su favor le otorgue sin miramiento, como perro que aguarda fiel a su amo.
Si su señor aplaude de buen agrado, su embaucador vaivén desesperado, la fiel odalisca es complaciente, retorciendo su vientre, no las caderas, con lujuriosos fines hacia su amante, que chupando cachimba ve complacido como tras fumarolas nubla su sentido.


¿Te odio? Te quiero...

Allí estaba yo, como un lelo mirando a la puerta del ascensor; ella mientras tanto se miraba las uñas y su apariencia en el espejo, retocaba sus labios sin tan siquiera dirigirme una mirada o una muestra de cordialidad que la humanizara, pero la jefa es la jefa y lo mejor es no aparentar la más mínima emoción, aunque he de reconocer que para un cuarentón con cuatro hijos y una señora de noventa y siete kilos, es todo un relax contemplar la joven y esbelta figura de Lucía.
Allí estaba el ascensor, Lucía esperaba con gesto de impaciencia que me brindase a abrirle la puerta, pero los nervios me traicionaban, era incapaz de mover un músculo, a lo que ella con un gruñido de reproche entró en el ascensor y me dejó atrás. Estaba embobado, muy nervioso sujetando la puerta a la espera de que alguien más llegase a coger el ascensor, pero su mirada de perplejidad y su tono al decirme.
- Ramírez, ¿sube o se queda?
- Perdone Directora.
La piel me transpiraba en abundancia, como si el ascensor se hubiera transformado en una sauna. Me encontraba muy incómodo; procuraba mirar al suelo pero al ver sus piernas tan largas y bien formadas, la cabeza se me disparaba hacia otro lado evitando que se me notara cualquier aptitud sexista, cosa que aún me ponía más nervioso. Teníamos que subir ochenta pisos en el ascensor, un ascensor que se me antojaba diminuto, y los dos solos, uno junto a otro con apenas un metro de separación, pegados casi a la puerta y mirando ambos al vacío. La espera se hacía cada vez más inaguantable, ese silencio, deseando que en cualquier momento se abriese la puerta y entrase alguien que rompiera el hielo que se había formado entre nosotros.
Que ironía yo sudando como un pollo en un asador y entre nosotros había una barrera de hielo incombustible. Piso cincuenta y seis y casi cuatro minutos dentro sin cruzar palabra, ni nadie que entrase con nosotros. La verdad es que era muy pronto, demasiado para que nadie necesitase el ascensor, pero aun así mi desesperación iba en aumento y no podía por más que evitar mirar hacía el suelo con lo que desplazaba la cabeza a lo largo de la puerta de arriba hacia abajo, contemplando en el luminoso como iban pasando los pisos uno tras de otro.
Pasábamos por el piso sesenta, el sudor me empapaba todo el cuerpo, notaba como Lucía se iba hacia atrás, como si se sintiese incómoda, me rehuía, yo en cierto modo no la culpaba porque más de cuatro minutos en esa situación y tal como estaba de sofocado, ella seguro que se creía que estaba pensando en hacerle alguna atrocidad, no sé, acosarla, tocarla o quizás algo peor; la verdad es que lo nervioso que su presencia me ponía, no era por el deseo de hacerle el amor, ni siquiera me lo planteaba, sino, por no estar acostumbrado a tener un jefe mujer y diez años más joven que yo, lo incomodo de esta situación rozaba en el ridículo.
Ya asomaba el piso setenta, me arrime hacia los botones para apoyarme en la pared, puse la mano en el lateral para no dejarme caer con fuerza sobre la pared, pero en ese momento se fue la luz en todo el edificio y el grupo auxiliar no entró en funcionamiento. Una tenue luz de emergencias nos iluminaba, yo me volví con gesto de extrañeza mientras me encogía de hombros, pero a ella le dio un ataque de nervios y empezó a gritar, no sabía que hacer en ese momento, así que intenté calmarla, pero aun fue peor y empezó a golpearme con el bolso y con el tacón de un zapato que se había quitado. Fue una experiencia espantosa, no sabía que hacer así que descolgué el teléfono de emergencia y me puse a gritar como un poseso.
La voz del conserje me tranquilizó, pero Lucía seguía golpeándome como una loca, me cubría la cabeza con la cartera y suplique al conserje porque se diese prisa. Tras casi un minuto golpeándome Lucía se tranquilizó un poco, se arrinconó en el otro extremo del ascensor, sentada en el suelo sollozando, se le había movido el maquillaje y su apariencia ya no me ponía nervioso en absoluto, tan solo me provocaba compasión.
Con mucha tranquilidad, intentaba calmar a Lucía, ella al oír al conserje por el telefonillo, se tranquilizó, dejé mi mano extendida para ayudarla a ponerse de pie, pero su orgullo no le permitía dejar que le ayudara a levantarse del suelo, después de resbalar tres veces al intentar ponerse en pie, se dio por vencida y consintió en coger mi mano. Su mano estaba fría, con los ojos apuntando a ninguna parte, un sonrojo en sus mejillas delataban la vergüenza que sentía por tal situación. Fingí no darle importancia a tal situación, pero ella en el fondo, supongo que lamentaría su comportamiento conmigo.
Intenté romper una lanza en pro de mejorar un poco la situación dando un toque de humor a la situación.
- Espero que si vuelve a sentir deseos de golpearme con el bolso, por lo menos saque el ladrillo –comenté con sarcasmo.
- Siento mucho haberme comportado como una histérica –se disculpaba.
- En el fondo me alegro de no haberme quedado encerrado solo. ¡Tengo auténtico pánico a los sitios cerrados! –quise quitar hierro.
- Le he dejado algo magullado.
- Ya estoy acostumbrado. Me peleo todos los día a la hora de coger el metro.
- Si, realmente es una aventura coger el metro.
- Será mejor que se arregle un poco. No creo que tarden mucho en arreglar el ascensor y en este edificio son muy chismosos.
- Claro, si nos vieran salir con estas pintas pensarían cualquier cosa.
Después de arreglarse un poco y retocarse el maquillaje de los ojos, aprovechamos el tiempo que estuvimos encerrados hablando de cosas intranscendentes. Llego un momento en el que deseaba que aquello durase todo el día, es muy inteligente ,pensé. Su conversación se hizo realmente enriquecedora, quedó patente porque ella era la Directora Ejecutiva con cinco años en la empresa y yo un simple Jefe de Negociado con diecisiete años en la empresa, teniendo la misma titulación. Poco a poco fue quitándose la máscara de mujer dura dando paso a una faceta humana y muy cordial, después de una hora de estar encerrados y tras las explicaciones del conserje que no terminaban de convencerla.
Ella estaba totalmente relajada, desinhibida, con ganas de desahogarse con alguien, yo estaba allí con aire paternal y ganas de escuchar. Permanecía totalmente extasiado escuchándola, realmente era una mujer mucho más humana de lo que hubiera creído, no dejaba de hablar y yo sólo hacía que escuchar, sus palabras eran música para mis oídos, su voz dulce, muy suave, en nada parecido a esos estridentes gritos, tono normal desde su despacho.
La voz del conserje al otro lado de la puerta del ascensor por encima de nosotros, cortó la conversación de raíz. El mecánico estaba allí también, las dos horas que habíamos permanecido encerrados se me habían hecho un suspiro, aquel sueño se había evaporado en un pispas, Lucía volvería a su pedestal, yo a mi ordenador en mi improvisada oficina de cuatro metros cuadrados, hecha de paneles de metro y medio de altura, sin puerta y sin intimidad, dentro de una sala de doscientos metros cuadrados en las que había cerca de cuarenta mini oficinas que daban a otra sala más pequeña que daba acceso al despacho de Lucía.
Mientras sacaban a Lucía, yo le sujetaba sobre mi cartera para que se subiera encima. Pensando que esa sería la última vez que podría verla desde esa perspectiva, me atreví a mirar hacía arriba, las piernas me temblaban, posiblemente no de su peso sino de los nervios que me entraron al ver lo bien que le quedaba su ropa intima, ella subió una pierna y miró hacia abajo, un cruce de miradas cómplices y un silencio que no me atreví a romper, fue toda despedida. Tan sólo una sonrisa de asentimiento que esboce tímidamente y que ella me devolvió, fue la recompensa que más agradecí. Una veintena de personas estaban fuera esperando el desenlace y una vez que yo también había salido, Lucía con voz firme y poco contemplativa.
- Se acabo el espectáculo, todo el mundo al trabajo –sus palabras no dejaron duda, la jefa había vuelto, aunque con un pequeño rescoldo de humanidad– ¿Juan le apetece tomar una infusión?.
Tímidamente asentí con la cabeza, yo, como si fuera una marioneta de las que se mueven por hilos, la seguí hacia las escaleras que daban acceso a la cafetería que se hallaba en el piso superior. Seguimos conversando mientras nos tomábamos nuestras consumiciones, a partir de ese momento algo mágico se iluminó en nuestras vidas, de eso hace un año y aún seguimos charlando, cada vez que hablamos miles de mariposas revolotean dentro de mi estómago, me siento como un niño con un juguete nuevo, soy su confesor, su amigo, y aunque de vez en cuando tenemos charlas horizontales, tan sólo soy para ella una forma de escape a su estrés diario, una distracción, un juguete que gusta de ser usado por esa niña, un desahogo mutuo que me hace sentirme útil.
Me siento otra persona, más humano y aunque el roce con mi esposa es escaso, el cariño que les profeso a todos me hace ser un buen padre y mejor esposo.

















“El reloj de los sueños”
En la habitación, la oscuridad se batía por dominar a los pequeños destellos verdes, producidos por unos diminutos dígitos del reloj despertador de Víctor. El silencio era hermético, casi diáfano, aunque escuchando muy atentamente se podían apreciar unos ruiditos, parecidos a los que hace un ratón al roer un trocito de queso seco. Esos suaves aleteos, los producía el aire al pasar rozando la campanilla de Víctor, y sin duda, simbolizaban la expresión de sus sueños, rotos por la acción amenazadora y hostil de su campanilla, que desafiante, colgaba como una maza, oscilando suavemente de un lado para otro como diciendo: “Por aquí no pasa nadie sin mi permiso”. Garroteando el aire que osaba traspasar por sus dominios, provocando ese suave gorgoteo.
Mientras, dentro de la cabecita de Víctor un maravilloso mundo de sueños de colores iban y venían de un lado para otro esperando turno para ser proyectados en su mente.
- ¡Ya ha entrado otro! – Dijo el guardián de sus sueños.
Algo alteraba la tranquilidad del entorno, era un sueño gris, sin colores, que pronto tomó forma trasladando a Víctor a un oscuro y feo lugar.
Sus ojos empezaron a moverse con movimientos circulares de izquierda a derecha, igual que el reloj que aparecía en su mano y se desvanecía cada vez que empezaba o terminaba un sueño; su campanilla oscilaba más deprisa al compás de su respiración, su corazón se había alterado, pero ahora estaba sumido en un profundo sueño y nadie podía sacarle de ahí.
Estaba sólo, inmerso en ese sueño que no le gustaba en absoluto. Intentó buscar su reloj, que a modo de llave, marcaba el principio y el final de cada sueño. Todo intento fue en vano; ese maldito sueño se había aferrado a su subconsciente como una garrapata al sobaco de un perro. Intentaba por todos los medios dar color ese sueño transformándolo en un sueño de aventuras, en el que él siempre era protagonista de fabulosas historias, en las que recibía como premio a sus proezas: pastelillos y golosinas de colores vivos que tanto le gustaban. Pero ese sueño era odioso, y le resultaba imposible borrar de su mente...
Dentro de aquel enorme caserón sin apenas luz que aclarase las viejas paredes de piedra y envuelto por aquel silencio sepulcral, se sentía impotente, incapaz de seguir adelante. Al fin cedió e intentó pasar lo más rápidamente posible por tan amargo trance, pero el tiempo se hacía eterno, y el miedo empezaba a hacer mella en Víctor...
- ¿Hay alguien por ahí? – Con voz temblorosa preguntó.
- No, por aquí no hay nadie – Una voz misteriosa y bronca le respondió.
Quebrada por el eco como si de un quejido se tratase, el penetrante sonido hizo palidecer a Víctor. Un escalofrío recorrió su espalda de principio a fin, numerosas gotas de sudor resbalaban por su frente. Un sobresalto le hizo retroceder y un crujido de tablas se escucho por toda la estancia, haciéndole recapacitar “¿Había sido aquel pasito que dio el que provocase tal estruendo? Y ¿quién había contestado a su pregunta?”. Ahora, un sudor frío le recorrió la nuca, empezaba a resultar realmente molesto este sueño.
Se miraba la mano una y otra vez esperando que en cualquier momento apareciese el reloj, pero todo era en vano, pues su mano seguía vacía. Entonces decidió intentar volar como en los sueños voladores, en los que rompiendo con todas las reglas de la física, recorría el sueño viéndolo pasar desde arriba como un ajeno espectador, pero le fue imposible. Estaba atrapado en un sueño gris y los sueños grises no permiten manipulaciones son tal como son y sólo se puede salir de él cuando es liberado por el propio sueño. Una idea genial brotó como un fogonazo dentro de su cabeza. “Ya sé, me despertaré y volveré a dormirme así saldré de este sueño gris y entraré en uno dulce”, pero aunque intento despertarse, estaba tan atrapado dentro de sí, que le era imposible, contra más lo intentaba más difícil le resultaba. Resignado se rindió al sueño que le había tocado. Armándose de valor se decidió a subir las escaleras que conducían a las habitaciones del caserón, para comprobar si realmente no había nadie allí.
Según caminaba por la sala una sinfonía de crujidos le acompañaban, eran los crujidos de la reseca tarima que cubría por completo la estancia. Víctor caminaba de puntillas intentando no hacer ruido, pero el traicionero suelo estaba en su contra, cuanto más suave pisaba, los crujidos como “Quejidos de dolor”, más fuerte sonaban. De pronto cedió una tabla ante su peso y un pie quedó atrapado dentro de la tarima, dañándose el tobillo. Un agudo dolor recorrió cada centímetro de su cuerpo, deteniéndose como punzantes agujas en su cerebro, traducido en un desgarrador grito expulsado por su garganta; instintivamente una sensación de angustia estremeció su cuerpo. La sensación le pareció demasiado real para tratarse de un sueño, así que intentó de nuevo volver a la realidad, pero al igual que la otra vez tampoco consiguió nada.
Haciendo un gran esfuerzo intentó sacar el pie de su presa, pero no pudo, sentía como si una mano agarrase su tobillo.
- ¡Suéltame! Quien seas, deja libre mi pie – Gritaba aterrorizado.
Nadie respondió a su gritó, mientras intentaba infructuosamente sacar su pie de aquel cepo de vieja madera.
- Nadie sujeta tu pie – Las paredes volvieron a retumbar con esa voz.
Esa voz quebrada le había hablado de nuevo, y le decía algo que él tenía claro que no era así. Ahora el miedo le envolvió por completo, dio un fuerte estirón y su pie quedo libre, aunque magullado por el fuerte tirón. Cojeando, se abalanzó hacía las escaleras agarrándose al pasamanos y de un salto pisó sobre el firme de los escalones. Sintiéndose a salvo, dio un fuerte suspiro cuyo sonido a él mismo estremeció. Aquel viejo caserón hacía un eco aterrador, su suspiro fue aumentado convirtiéndose en algo que semejaba, a un desgarrador quejido.
Sin soltar el pasamanos para nada, fue subiendo las escaleras una a una. Con sumo cuidado iba contando peldaño a peldaño, cuidándose mucho de mirar donde ponía los pies, hasta que llegó al piso superior. A la derecha del descansillo algunas velas iluminaban un largo pasillo plagado de mugrientos cuadros cubiertos de polvo y telarañas, mientras que al lado izquierdo, la oscuridad ocultaba sus secretos; temeroso de equivocarse, optó por el pasillo iluminado. Una polvorienta alfombra recorría el pasillo hasta donde podía verse. Armado de valor y, sin dejar de mirar su mano en espera de que apareciera el reloj, avanzó con decisión por el pasillo. Un sin fin de puertas fueron desfilando a derecha e izquierda como si él no se moviese del sitio, sino que fueran las puertas las que avanzaban, hasta que llegó junto a una gran puerta de roble maciza repujada con grotescas figuras que llamó su atención. Esculpidos en la regia madera, siete perros de caza azuzando a un extraño animal, mezcla entre cerdo y cabra, solo que, de un considerable tamaño.
Empujó con fuerza la puerta, pero al tocar con su mano la madera, escucho el lamento de los perros cuando les envestía la bestia; dando un salto hacia atrás, asustado por el sufrimiento de los perros, dio con su espalda en la pared.
No le pareció buena idea abrirla así que siguió avanzando por el interminable pasillo, pero por más que avanzaba, siempre llegaba a la misma puerta.
Un pensamiento le invadió y le llenó de temor. “¿Y si fuera esa puerta la única manera de salir de este horrible sueño?”, pero su miedo a lo que pudiese hallar tras de la puerta y su sentido común le hicieron echar a correr huyendo de ésta. Por más que corría no avanzaba nada, pues la puerta, seguía ahí como un desafío. Horrorizado intentó correr hacía el otro lado, pero la puerta seguía allí; la angustia y la desesperación le hicieron buscar por todos sus bolsillos en busca del reloj maldito. La búsqueda resultó baldía y su desesperación se tornó en pánico.
Sentado frente a la puerta con la mano extendida, pedía con todas las fuerzas que su desesperación le provocaban, que apareciera en ella el reloj, pero por más que lo deseara, su mano seguía vacía. Cerró los ojos intentando dormirse dentro de su propio sueño, pero fue peor; estaba empapado en sudor, el tobillo ya no le dolía, sus ropas estaban muy sucias y llenas de polvo, se tocó la cara y descubrió que le había crecido barba. “Es imposible”, pensó, pues sólo tenía doce años y a lo más parecido que había llegado era una incipiente pelusilla en el bigote. Cuando miró hacia la puerta de nuevo volvió a estremecerle, la vio diferente a cuando había cerrado los ojos, era la misma puerta pero ahora sólo había seis perros en vez de siete. Un escalofrío le hizo encogerse por completo y colocarse en posición fetal. Temblando como un corderillo al que se le aparta de su madre y no sabe que destino le espera, volvió a extender su mano suplicando que apareciera el reloj, pero éste no aparecía. El miedo le hizo cerrar los ojos de nuevo, esperando que al volver a abrirlos el reloj de los sueños estuviera en su mano.
Al abrir los ojos no se atrevió a mirar la puerta, se limito a mirar su mano, cuando paso un largo tiempo y no vio nada en ella, levantó los ojos y allí estaba la puerta, pero ahora sólo había cinco perros. Cerro los ojos con fuerza, juntó su cabeza a sus rodillas, y moviendo todo su cuerpo hacia delante y hacia atrás acunándose, canturreaba una cantinela que más parecía un murmullo incomprensible. Así permaneció mucho tiempo, hasta que las fuerzas le fallaron y desfallecido volvió a mirar su mano, hallando lo mismo que las otras veces, nada.
Con una fugaz mirada hacia la puerta se dio cuenta que ya sólo quedaban cuatro perros y que ahora era el extraño animal el que azuzaba a los perros, el terror le hizo de nuevo cerrar los ojos, pero cuando quiso abrirlos, las fuerzas le fallaron y no podía abrirlos. Frotándoselos poco a poco, fue retirando una maraña de legañas hasta que los pudo abrir, cuando miró su mano vio una enjuta y huesuda mano que para nada le resultó conocida, así que la ignoró por completo; su asombro fue mayúsculo cuando miró a la puerta y vio en el tallado relieve al extraño animal, como se había desecho de otro perro. Ahora sólo quedaban tres perros que más parecían huir de él. Viendo las escasas fuerzas que le quedaban y ante la incertidumbre de poder despertar del sueño se acercó hacía la puerta y sujetando con su temblorosa mano el pomo de ésta, intentó abrirla.
El primer intento fue inútil, pues sólo consiguió quitar el polvo del pomo y poco más. Armándose de valor, intento de nuevo girar el pomo y esta vez con un gran esfuerzo lo consiguió. La puerta cedió con un lastimero chirrido, pero ahora tenía mayor temor a su estado, que a lo que pudiese encontrar detrás de la puerta.
Cuando venció la puerta y quedó totalmente abierta de par en par; una gran tristeza invadió su espíritu, al ver una enorme sala vacía, sólo adornada por siete viejas puertas. Ya resignado volvió a mirarse la mano en busca de algún signo de esperanza, pero lo que en ella halló fue una huesuda y reseca mano llena de suciedad, a la que no pudo ignorar. Se dirigió con decisión hacía una de las puertas pensando que ya no le podía pasar nada peor dentro de este sueño, así que debería llegar hasta el final.
Abrió la primera puerta y encontró otra sala con otras siete puertas. No se sentía con fuerzas para más juegos, así que cerro esa puerta y se dirigió hacía la siguiente, pensando “Que ya no le quedaba tiempo para más puertas”. Abrió la segunda puerta y encontró un pasillo que no se veía el final, y dudó que ese pasillo pudiese acabar en algún sitio, así que cerró la puerta y se dirigió a por la tercera puerta, al abrirla encontró una pequeña sala con un espejo al fondo. Al ver el pequeño tamaño de la estancia decidió acercarse al espejo para mirarse. Cuando miró dentro del espejo, no vio nada reflejado, ni su propia imagen, se dio la vuelta para salir de la pequeña habitación y el horror le invadió de nuevo. La sala se había convertido en un pasillo sin fin, al girarse hacia el espejo vio la imagen de un anciano enjuto y decrépito, de largas barbas descuidadas y enmarañados cabellos plateados.
Víctor se acercó un poco más hacia el espejo para ver mejor una sombra que parecía moverse tras de él. Mirando con detenimiento, pudo adivinar que era el extraño animal que con veloz carrera se dirigía hacia él. Se giró para ver la distancia que los separaba, pero el pasillo estaba vacío, volvió a mirar y el animal ya casi lo tenía encima. Las piernas cedieron y cayó sobre sus talones quedando sentado con las rodillas separadas y con la mirada perdida en el pasillo; la desesperación le hizo desear que aquel animal, llegase cuanto antes e hiciese con él lo que hubiera de hacerle, con la esperanza de que con ello, el sueño llegaría a su fin.
A escasos metros por el pasillo se acercaba sigiloso aquel extraño animal, era monstruoso una auténtica bestia; entre sus cornamentas llevaba enganchadas parte de las vísceras de uno de los perros, el horror le hizo orinarse encima.
Sólo le quedaba esperar el final de su destino. Justo cuando la bestia iba a envestirlo, desvió la vista hacia sus manos caídas sobre su regazo, para no ver los ojos del animal cuando le atacase, y allí estaba el reloj, el maravilloso guardián de sus sueños...
Sobresaltado Víctor se incorporó en la cama encendió la luz y corrió hacia el espejo, hizo tres comprobaciones:
.- La primera: que seguía siendo él.
.- La segunda: la hora: eran las cuatro de la mañana.
.- La tercera: que no se había hecho pis.
Dio un suspiro de alivio que le salió de muy adentro, abrió la puerta de su habitación y comprobó que todo estaba en orden, se volvió a la cama dejando la luz encendida y cerró los ojos, pero esa noche por más que lo intentó, no volvió a dormirse, ya que en el fondo sólo deseaba que fuese la hora de ir al colegio, y empezar un nuevo día en ese maravilloso sueño, que para un niño sin preocupaciones, es el mundo real...







































Rolando
La noche pasaba tranquila para Rolando, disfrutando de ese momento de tranquilidad que le regalaba la vida. Soñaba despierto, hasta que rendido por el cansancio de otro día agotador se dejó abrazar por el letargo, cayendo dormido, deseando quizás, que éste fuera su último amanecer.
Arrastrado por su padre, veía amanecer todos los días desde el camino, sin importar en absoluto que hiciera bueno o malo; el afán de conseguir un buen sitio en el arroyo, movía a su padre a levantarle al primer clarear de la mañana, como lo hiciera anteriormente con su hermano Juanito, hasta que murió el invierno pasado. Su pequeña estatura le hacía ideal para entrar en lugares angostos, donde el preciado mineral permanecía oculto.
Caminaba cabizbajo sujetando con su frente el atadillo de aperos, mientras, su padre recogía esparraguera en las lindes del camino. A cada paso que daba maldecía el nuevo día envidiando la suerte de Juanito, que después de una vida perra, al fin había conseguido la paz que él ahora deseaba. Tan sólo una cosa le obligaba a no desearlo, y eso era, el pensar que cuando él terminase con su sufrimiento, su hermanito José le tomaría el relevo en el tajo, igual que lo hiciera él cuando Juanito dejó de ir, apagado por su enfermedad.
El sol asomaba por la cresta de las montañas, y como cada mañana Rolando agradecía el pobre calor que sus tristes rayos dejaban prendidos en su curtida piel de niño adulto.
- Deprisa Rolando, que ahí vienen los Ortega –acortando distancias, alargaba el paso para coger el mejor sitio junto a la cascada.
- Padre vaya delante que ya le alcanzo –en su rostro se podía dibujar el padecimiento que arrastraba.
- No tardes. No quisiera tener que mojarme los pies para coger el puesto –insensible ante el sufrimiento de Rolando, Juan alargaba las zancadas.
Arrastrando los pies intentaba girar su cabeza para ver cuanta ventaja les llevaba. Comprobando como Pedro Ortega dejaba atrás a su hijo, aligerando el paso para llegar antes que él al arroyo, Rolando hizo un esfuerzo e intentó mantener la distancia, o por lo menos, llegar antes de que su tardanza, obligara a su padre a meterse en las frías aguas del arroyo.
El trabajo era duro, pero más duros eran los golpes que le regalaba su padre sin motivo. Tomando aire, puso sus manos en las cintas que a ambos lados de su cabeza sujetaban el atadillo y tirando con fuerza hasta liberar su cuello de parte del peso, aceleró lo que sus posibilidades le permitían. Tambaleándose por el peso, intentó correr, pero las ligeras zancadas de Pedro permitieron pronto adelantarle. Desequilibrado por el excesivo peso y la fatiga que provocaba el ansia por llegar primero, cayó al suelo inconsciente.
- Rolando, levanta –Reinaldo le animaba.
- ¿Qué ha pasado? –desorientado, intentaba encontrar una excusa que menguara el castigo que de seguro su padre le impondría.
- Te has caído a plomo –explicaba Reinaldo.
- Tengo que llegar al arroyo –el miedo que tenía a su padre le hacía desvariar.
- Te vas a hacer daño. Deja que te lo coloque –Reinaldo sujetándole el atadillo, esperó hasta que Rolando se colocó bien la cinta sobre su frente.
- ¡Gracias! Debo irme –sin dar más explicaciones se encaminó hacia el arroyo.
- ¡No corras! Esperaré aquí unos minutos –viendo el estado de Rolando, decidió esperar a que llegara él primero.
Reinaldo a pesar de su madurez, tan sólo le llevaba dos años a Rolando; había sido buen amigo de Juanito y sufrió en silencio su pérdida. Ahora a sus once años era consciente que seguramente no llegaría a tener edad para formar su propia familia, pero la vida en la montaña era muy dura y sólo podía elegir, morir junto a los suyos yendo día a día al arroyo, en busca de alguna pepita de oro que les proporcionase el sustento, o morir con la guerrilla lejos de su familia, por una bala encontrada, disparada al azar por un mercenario.
El arroyo estaba cerca. Rolando temía mirar hacia la cascada y ver a su padre dentro del agua. En silencio se dirigió a su puesto mirando de reojo una pequeña hoguera junto a la cascada; vio consternado que los sitios buenos ya estaban cogidos y que su padre le esperaba impaciente junto al pozo sin fondo.
- ¡Vamos, holgazán! –recriminaba a su hijo por tardar.
- Padre, podíamos ir más arriba –temiendo que le hiciera sumergirse en el pozo sin fondo, imploraba un poco de comprensión por su parte.
- ¡Ven aquí! –ordenó Juan a su hijo.
- ¡No, por favor, no! –Rolando, suplicaba sollozando dirigiéndose hacia él.
Sin hacer caso de sus súplicas, Juan preparaba una lazada en la cuerda. Sin miramientos ni muestra alguna de cariño, Rolando fue atado por la cintura y arrojado al agua, ante la indiferencia de los otros buscadores de oro y gemas.
- Baja al fondo e hinca bien el garbillo –Juan intimidaba a su hijo.
Sin mencionar palabra alguna, se colocó bajo la cascada y aprovechando el impulso de las corrientes, provocadas por el agua al caer, bajó hasta que su garbillo tocó el fondo, hincó bien su canto y tiró de la cuerda para que Juan lo subiera. Con temor de morir ahogado, abrazó con fuerza el garbillo para que su padre los sacase, pero su cuerda se enganchó en un saliente y para evitar que el garbillo volcase y su contenido cayese de nuevo al agua, lo soltó e intentó liberarse. El instante se le hizo interminable; el miedo a las palizas de su padre, si perdía la carga, le hicieron soltarse quedando atrapado en ese remolino. Juan al ver que su hijo no salía a la superficie, tiró con fuerza de la cuerda arrastrando a su hijo hacia la orilla.
- Ve hacia la hoguera mientras lo lavo –con rostro severo soltó la cuerda en el suelo y le dejó ir hacia la hoguera.
Su piel lívida por el susto y el frío de las aguas, daba claras muestras del sufrimiento padecido en el interior del pozo. Tiritando junto a la hoguera contaba hasta tres y repetía la cuenta, y en cada nueva cuenta se deleitaba deseando poder hacer una nueva y así una y otra vez, temiendo el momento que su padre le volviera a llamar para una nueva carga de lodo.
- ¡Rolando! –gritó Juan dirigiéndose a su hijo.
Inmerso en sus cuentas, Rolando seguía contando <> contemplando la llama de la hoguera, deleitándose con el calor del fuego, embriagándose con el embrujo de su danza. Atontado por el cálido abrazo de las llamas seguía inmerso en sus cuentas, repitiendo para sí una y otra vez <>. Ensimismado con las manos extendidas hacia la hoguera se quitaba la fría humedad de sus remendadas ropas, hasta que arrastrado por la cuerda su cuerpo perdió la estabilidad y cayó de espaldas al suelo. Desapareciendo por completo el influjo dañino que las llamas habían provocado en su mente, haciéndole ignorar la llamada de su padre. Sorprendido por el brusco tirón de la cuerda que llevaba amarrada a su cintura, abrió los ojos y poniéndose en pie salió corriendo hacia su padre.
- Hijo, estás atontado –entregándole el garbillo le indicó con la cabeza que volviera al pozo.
- No padre ahí no –sollozaba Rolando en un intento por ablandar el corazón de su padre.
- Mira hijo, hoy en casa dile a tu madre que no quieres comer, y mañana si no quieres meterte al pozo me lo vuelves a pedir –con rostro grave y mirada oscura, volvía a hacerle señas para que entrase al pozo.
Con la cabeza baja y los ojos húmedos, Rolando se dirigía al pozo con el garbillo en la mano. Su inexpresivo rostro dejaba claro el afán que movían sus pies; miraba al pozo arrastrando las cuerdas que como el cordón umbilical, le unían a la vida o a la muerte. Como el reo que va hacia el patíbulo se dirigía al pozo ante la mirada indiferente de los presentes, que afanados en sus quehaceres ignoraban a los demás. Sin pensarlo dos veces llenó sus pulmones de aire y encomendándose a Juanito, se arrojó al pozo desde la piedra.
La mañana pasaba lenta para Rolando, una inmersión tras otra, fue hincando el garbillo en el lodo y esperaba a que su padre tirase de la cuerda para subirles, al cubo lleno y a él, también. Las horas habían pasado sin obtener frutos y la desesperación empezaba a hacer mella en Juan.
- Rolando, no hincas bien el garbillo –acusaba Juan.
- Sí padre, lo hinco –asustado esperaba un azote que se hacía esperar.
- Si digo que no lo hincas, es que no lo hincas –reprochaba enfurecido.
- ¡Perdón padre! Lo hincaré mejor –humillándose de rodillas a los pies de Juan, le imploraba.
Obsequiándole con un cariñoso cachete que apenas le dejó marca, le enganchó por el pelo y lo llevó al agua. Soltando la cuerda que lo asía fue a por el garbillo, dejando allí a Rolando luchando por no hundirse arrastrado por los remolinos que formaban las cascadas. Juan miraba decepcionado el trabajo de Rolando lamentándose de la pérdida de Juanito, de la que seguía culpándose, aun así se apiadó de su hijo y tiró de la cuerda para mantenerlo a flote, le arrojó el garbillo y esperó a que se sumergiera en el pozo.
La tardanza de Rolando empezaba a preocupar a Juan, pero tenía confianza en la fortaleza de su hijo y aguantó un rato más. A diferencia de su hijo, él no sabía contar, así que cuando estimo que había pasado el tiempo suficiente tiró con fuerza de la cuerda que sujetaba el garbillo. Algo parecía no ir bien, la cuerda no se movía, así que pisó la cuerda que sujetaba a Rolando y tiró con las dos manos del garbillo. La cuerda parecía ceder y a pesar de lo pesado que le resultaba, Juan tiraba con todas sus fuerzas esperando que de un momento a otro apareciera la cabeza de Rolando sujeto a la cuerda, pero tan solo apareció el garbillo. El Sol empezaba a caer y algo brillaba en el interior de la zaranda, por un instante se quedó mirando, pero preocupado por Rolando dejó el garbillo a un lado y tiró de la cuerda hasta que vio aparecer la cabeza de su hijo.
Con grandes aspavientos, salió Rolando tomando aire sin mesura aferrándose a la cuerda de la que tiraba su padre. Asustado, tiritaba más por angustia que por frío, a pesar de que las dos causas se sumaban. En cuclillas, junto a la hoguera casi apagada, se oía el castañetear de sus dientes descontrolados; su cuerpo tremolaba y en sus ojos abiertos en extremo, se podía ver el horror vivido. Abrazándose a sí mismo, intentaba darse el calor afectivo que su padre no le daba y dejando sus pensamientos en blanco tan solo podía seguir contando una y otra vez <>, esperando el momento que su padre de nuevo le arrojase al pozo.
- Ves Rolando, como cuando quieres, sí sabes trabajar –sonreía Juan viendo el fondo de su criba con varios pedacitos del brillante metal.
- ¡Voy! –esta vez algo se disparó dentro de su cabeza al oír la voz de su padre.
- Tranquilo hijo, caliéntate un poco más –compasivo sin mirarle le perdonó un chapuzón.
Abstraído en su cedazo lavaba el lodo en el arroyo, esperando ver sobre el fondo de la maya las pequeñas pepitas que justificaban la dureza del trabajo. Algo en el fondo de la criba llamó su atención; receloso miró a su alrededor y tras comprobar que nadie estaba mirando, tomó el trocito de cristal rojo fuego y tras mirarlo al trasluz, se lo metió en la boca y allí lo ocultó, a pesar de que le era muy molesto. Como un poseso movía la criba entre las aguas en busca de sus tesoros, pero esa piedra era la única que había en ese lodo, esa y una multitud de pequeñas pepitas doradas que fue guardando en una bolsita de piel que portaba al cuello.
Sin despedirse fue hacia su hijo y levantándolo en volandas por la cuerda, empezaron a montar de nuevo el atadillo. Callado como una tumba se colocó el bulto a la espalda.
- ¡Ehhhh! –levantando la mano dio un grito y se despidió de los que allí seguían probando suerte.
- Padre, hoy nos vamos pronto –comento extrañado Rolando.
- ¡Ehm! –afirmaba con la cabeza sin mencionar palabra.
En silencio regresaron a casa, Juan marcaba un paso demasiado rápido para Rolando que para seguirle casi tenía que ir dando zancadas tras de él. A trompicones seguía a su padre que cada vez sacaba más ventaja, hizo una carrera hasta ponerse a su par, pero pronto la distancia se había duplicado. De nuevo una carrera lo puso a la par y cuando la distancia empezaba a marcarse, la presencia de unos hombres en el camino, alertaron a Juan que disimulando menguó su paso. Vuelto hacia su hijo, Juan hizo un enorme esfuerzo por tragarse la piedra que guardaba en la boca, ocultando el acto de la vista de unos sicarios de Ruano.
- Hijo, dame la mano –pidió nervioso a su hijo.
- ¡Buenas tardes! Vuelves muy pronto, se ve que ha habido suerte –con mirada aviesa el sicario escrutaba a Juan.
- No muy buena. El niño que se ha puesto malo –tembloroso dudaba de las buenas intenciones de los sicarios.
- ¡Qué pena! ¿Verdad, tú? –exclamó el sicario mirando a sus compañeros.
- Sí, una verdadera pena. ¡Desnudaros! –ordenó el jefe de los asesinos.
- Señor, el niño está malo –en tono piadoso, les suplicaba Juan.
- ¿Lo prefieres malo, o muerto? –amenazó el jefe.
- Hijo, dale la ropa a estos señores –poniendo la mano abierta en la cabeza de Rolando.
Rolando indiferente, ajeno al peligro que les acechaba comenzó a desnudarse, temeroso de su padre. La mirada del más alto de los tres sicarios le hizo estremecerse y darse cuenta del temor que mostraba su padre al desnudarse por completo delante de ellos.
- Seamos claros. No tenemos toda la tarde para buscar la piedra –con claridad el sicario dijo al oído de Juan lo que buscaban.
- Tengan es todo lo que tenemos –Juan entregó la bolsita que portaba al cuello.
- No seas tonto, piensa en los tuyos y danos la piedra –repetía el sicario con un enorme cuchillo en la mano.
- ¿Qué piedra?
De izquierda a derecha el cuchillo abrió en dos la cara de Juan salpicando sangre sobre la cabeza de Rolando. El sicario se agachó y le frotó la sangre sobre el pelo; entre tanto Juan conocedor de la forma de actuar de los paramilitares, guardó silencio apretó con fuerza la herida para que dejara de sangrar y echó a correr hacia la aldea.
- ¡Quieto o mato al muchacho! –le gritaron amenazando a Rolando con el cuchillo– Maldito cobarde. ¡Cázalo! –gritó el jefe de los sicarios al más alto de los tres.
Un cuchillo fue lanzado hacia Juan atravesando su carne. Con el cuchillo clavado siguió corriendo conocedor que de allí, tan solo sus piernas podrían salvarle la vida. El jefe de los sicarios levantó el machete y lo pasó amenazante por encima de la cabeza de Rolando, pero en un instante de compasión al verlo tan pequeño, le golpeó con el mango del machete. Un sonido bronco resonó en sus oídos, dando paso a un hilo de sangre que brotó de su cabeza, para terminar arrodillado y posteriormente tumbado inconsciente...
- “¡Muchacho!” –resonó con fuerza una voz en sus oídos sin atreverse a abrir los ojos.
- ¡Chico, despierta! –repetía la voz– Está inconsciente, cósele. –ordenó la voz.
Un escozor inaguantable hizo abrir los ojos de Rolando e intentar huir de allí, pero un hombre de corpulento aspecto lo sujetó contra su pecho.
- Eres un chico muy valiente, que nadie diga lo contrario –la voz del que parecía el jefe le atemorizó.
- ¿Mi padre? –preguntó Rolando.
- Está en el coche de cabeza –tranquilizó el guerrillero.
Mirando para otro lado guardó silencio lamentando el estar vivo; sufriendo el dolor que le provocaba la aguja al clavarse en su carne y el desgarrador efecto que la seda le imprimía al correr entre su carne, tragó saliva y cerró los ojos deseando acabar de una vez con su padecer.
- ¡Comandante Cárdenas! –llamaron desde la cabina del camión.
- ¿Sí, camarada? ¿Por qué nos detenemos? –preguntó acercándose hacia la cabina.
- El padre del chico está muy mal. ¿Qué hacemos? –consultó el guerrillero.
- El chico es fuerte, que se despida de su padre –el Comandante dio dos golpes en la cabina del camión y regresó con el chico.
- Vente para atrás Genaro –el conductor gritó e hizo señas al coche de delante para que retrocediese un poco.
- Chico tienes que ser fuerte, nos ha tocado vivir tiempos duros –con la mano en el hombro de Rolando, el Comandante llamaba su atención.
- ¿Me va a matar? –preguntó Rolando ante las palabras del guerrillero.
Con la mirada limpia de quien no teme a la muerte, miró a Cárdenas y esperó impasible a que llegara su hora, como lo hacen los cabritos en el matadero, ignorando lo que les espera tras la puerta de la chiquera. Cárdenas miró al chico y notando su valentía, decidió que le educaría personalmente.
Mirando de frente a su agonizante padre, Rolando cogió su mano para ver si reaccionaba y como ascua al rojo la soltó, al sentir como giraba la cabeza para mirarle.
- Rolando... –Juan echó un esputo con sangre– Un judas nos vendió. Ven acércate más... –guardó silencio esperando a que Rolando se acercara– No te fíes de estos, son igual que los que me han matado. Todos la misma mierda... –le susurró al oído mientras espiraba.
Al sentir su silencio, una sonrisa se esbozó en la comisura de los labios de Rolando. Era su liberación. Con la muerte de su padre, se acababan los cachetes, los madrugones, las aguadillas y los malos ratos. Sufría por su madre, su hermano pequeño y sus tres hermanas, pero para él había comenzado una nueva vida.
Los ojos de Rolando no mostraban dolor ni pena ante el cuerpo sin vida de su padre y, sin embargo, parecía que la serenidad de su rostro indicaba que le había llegado la paz. El Comandante cogió de la mano a Rolando y mirándole a los ojos.
- ¿Cómo te llamas? –le preguntó.
- Rolando señor –contestó con timidez.
- Camarada Rolando, a partir de ahora, para ti soy el camarada Comandante o comandante Cárdenas, como más te guste –sonrió al niño.
- Señor camarada comandante Cárdenas –habló resuelto.
- ¿Sabes qué? Mejor me llamas Alfredo –comentó mirándole a los ojos.
- Como guste camarada Alfredo –evitando mirar el cuerpo de su padre se abrazó al guerrillero.
- ¡Volvamos al campamento! –ordenó el comandante Cárdenas.
- Camarada Comandante. ¿Qué hacemos con el muerto? –preguntó el sargento Ortigüela.
- Nos lo llevamos –dijo tajante girando sus botas, dirigiéndose acto seguido al camión con Rolando.
- Camarada Alfredo. ¿Qué va a hacer con mi papá? –pregunto el niño sintiendo todavía temor, por si fuera a levantarse su padre de cuerpo presente.
- Lo que tú prefieras, lo enterramos o lo quemamos –resolvió el Comandante.
- ¡Ah! Si de mí depende, quémenlo –con indiferencia hacia su padre prefería ver como el fuego lo consumía.
Los guerrilleros fueron a su campamento resueltos a dispensar las exequias al muerto. En pocos minutos todo estaba preparado: Juan yacía en un lecho de troncos y ramas; Rolando junto a su padre con una antorcha en la mano y un grupo de guerrilleros que ultimando los detalles, empapaban los troncos con gasolina. El camarada Comandante se aproximo a Rolando y pasándole su mano serena sobre los hombros, echó un último vistazo al cadáver y empujando ligeramente a Rolando hacia los troncos.
- Camarada Rolando. Haga los honores a su señor padre –con la mano extendida el camarada Comandante indicaba a Rolando que arrojara la antorcha a la pira.
Sin mencionar palabra, haciendo gala de valentía el ahora camarada Rolando arrojó la antorcha a la leña, provocando su ignición instantánea. Sus ojos mostraban asombro embrujados por el candor de las llamas, mientras observaba como el abrasador fuego acariciaba la piel de su padre lacerándola hasta consumirla.
En apenas tres horas sólo quedaba un montón de ascuas y huesos a medio quemar. Pasadas tres horas más, tan solo un hilillo de humo mostraba los indicios de lo que unas horas antes fuera su padre. Con mirada perdida removía las cenizas con un palo y en un último intento por reconciliarse con su padre, de sus labios sin resentimiento brotó un: <>. El calor de las tenues cenizas le reconfortaban en silencio, siendo ahora paradójicamente cuando más echaba de menos a su padre.
Tomando un cubo de agua lo derramó sobre las cenizas, dejando al descubierto un ennegrecido cristal rojizo que se apresuró a coger. Apretando el cristal con el puño bien cerrado.
- Ves padre, como cuando quieres también sabes trabajar bien –miró a su alrededor y fue corriendo en busca del comandante Cárdenas.
- Camarada Rolando, ¿ya ha rendido los honores a su señor padre? –pregunto el Comandante al verlo entrar corriendo.
- Sí, camarada Alfredo –con los puños apretados ennegrecidos por el hollín de las cenizas, aguardaba una palabra de consideración.
- Bien hecho camarada, ahora puedes ir con los otros camaradas niños al aula con la camarada Librada –le despidió con una sonrisa, mostrando la puerta de su cabaña con su mano abierta.
- Camarada Alfredo –dijo Rolando.
- ¿Sí?
- ¡Gracias, camarada! –aflojando el puño soltó el cristal en la mesa del Comandante.
Sin dar importancia, Cárdenas siguió con su trabajo dejando el cristal a un lado y paradójicamente, allí quedó ignorada sobre la mesa, la causa de la perdición de Juan, que motivó la liberación de Rolando...
Atrapa moscas

Capítulo primero “Mi amigo Clac”

La oscuridad de la habitación impedía saber si era de día o de noche, o que tal tiempo hacía, y sobre todo mantenía a Flor acurrucada bajo las sábanas, protegida de los monstruos de las esquinas, aquellos que cuando les miras a los ojos te hacen tener pesadillas toda la noche.
- ¡Buenos días! –saludó Irene a su hija levantando las persianas.
Flor se acurrucaba entre las sábanas, escondiéndose perezosa de la luz de la mañana, negándose a abrir los ojos. Irene conocía bien a su hija, y cada mañana tenía que hacer la misma historia.
- A ver esa niña dormilona, que si se queda en la cama se va a convertir en piedra –dijo su madre, como cada mañana bromeando.
Ella primero abrió un ojo, luego el otro y los cerró escondiéndose bajo las sábanas, esperando a que su madre le pasara la mano por la espalda, cosa que le encantaba, y que agradecía hasta que su madre se cansaba, luego estirándose hasta que no pudo más, le hizo señas para que se acercase y, entonces se lanzó a su cuello esperando esa última caricia que terminaba con un cariñoso cachete en el trasero.
- Abrazo –abriendo los brazos esperó a que Irene estuviese a su lado.
- ¡Uy, Flor, hija! Ya eres muy grande, casi no puedo contigo –haciendo un gran esfuerzo la abrazó y recogiéndola de la cama, la llevó al aseo– Nena lávate bien la cara, mientras, te preparo el desayuno.
Flor era una chica alegre y despreocupada, como las demás chicas de su edad, a pesar de que todo el mundo cuchicheaba al pasar a su lado, cosa que a ella no le importaba, puesto que ella no se veía diferente de las otras niñas por hablar sola constantemente, al contrario, ella se veía muy bien y disfrutaba manteniendo largas conversaciones con su amigo Clac.
Vivía con sus padres al sur de una pequeña ciudad, muy al sur, casi en las afueras, si hubiera estado un poquito más al sur, seguramente viviría en el campo, como su abuela Clara, allí fue donde, un día jugando junto a una charca conoció a su amigo Clac, lo recordaba como si hubiera sido ayer mismo. Nada más verlo supo que iba a ser su mejor amigo, así que muy contenta fue a presentárselo a su abuela, cosa que le resultó muy desagradable, sobre todo cuando se lo puso en la mano por sorpresa, para que lo conociera.
- ¡Abuela! –llamó Flor para averiguar en que parte de la casa estaba.
- Flor, estoy arriba –contestó Clara.
- Mira lo que he encontrado –fue corriendo Flor a enseñárselo a su abuela.
- ¿Qué has encontrado bonica? –le preguntó cariñosamente Clara.
- Pon la mano abuela –Pidió a su abuela mientras ocultaba algo entre sus manos.
- A ver que me quieres enseñar –Clara confiada extendió su mano derecha.
Entonces Flor se dio la vuelta y abriendo las manos, depositó un feo y rugoso animalillo en la mano de su abuela. Ésta con cara de asco dio un saltito hacia atrás y dejó caer al pobre animal, mientras se refregaba la mano por su delantal.
- ¡Flor! –gritó la abuela asustada.
- Abuela, es Clac –le riñó por dejarlo caer.
- Quítame esa cosa de ahí, y luego lávate las manos –con gestos de estar enfadada fue corriendo a lavarse la mano.
Así es como recordaba Flor la accidentada presentación de Clac a su abuela, pero lejos de obedecer a su abuela, prefirió presentárselo a su madre, confiando en que ella sí le dejaría tenerle en casa. Y nada más lejos de la intención de Irene tener a Clac en casa, pero Flor se puso tan triste cuando su madre se lo negó, que Irene decidió cambiar de opinión y ayudarle a construir un pequeño terrario con charca y todo para que Clac se pudiera dar un chapuzón cuando le apeteciera. En un principio estuvo confundida con Clac, siempre pensó que era chica, aunque su madre le sacó de dudas nada más verlo.
- ¡Mamá, mira! He encontrado una rana en la charca de la abuela –comentó Flor a su madre, elevando a Clac entre sus manos.
- ¡Ah! –Gritó Irene al ver a Clac.
- No te asustes mamá, si no muerde, es una ranita muy educada –comentó Flor llevándoselo a la boca para besarle.
- ¡Quieta! Tira eso –gritó Irene con cara de asco.
- Pero mamá, –suplicaba Flor a su madre apartando a Clac– si solo es una rana.
- ¿Quién te ha dicho que eso es una rana? –le reprocho su madre.
- Es una rana, sale en los libros –replicaba Flor creyendo que estaba en lo cierto.
- Eso es un sapo verrugoso...
Y así descubrió que era en realidad su amigo Clac, puesto que si se hubiera tratado de una rana, seguramente le hubiera llamado Croac; en fin, allí estaba Flor lavándose la cara, mientras explicaba a la imagen del espejo la historia de su abuela y de su madre cuando conocieron a Clac.






Capítulo segundo “Sorpresas en clase”
Irene escuchaba sin prestar atención a Flor, como le explicaba al espejo la historia de Clac, mientras, preparaba el desayuno a base de tortillas de maíz, zumo de naranja y mermelada para las tortillas.
- Flor, venga que ya tienes el desayuno –comentó su madre para que se diera prisa.
- ¡Voy!
El reloj de la cocina marcaba las nueve menos diez, Irene asustada miró su reloj y dando un suspiro comprobó que aún eran las nueve menos veinte, arregló a Flor y marcharon al colegio.
Era su primer día de colegio después del verano e iba muy ilusionada; hizo todo el camino hablando sola, practicando lo que iba a decir a sus amigas cuando llegase a clase, y como siempre todos que la veían se la quedaban mirando, quien sabe si buscando un amigo invisible, o algún chisme moderno de esos manos libres.
- ¡Hola Irina! –saludó Flor a una amiga que se encontró en la puerta del colegio.
- ¡Hola Flor, hola señora Irene! –saludó Irina a las recién llegadas.
- ¡Hola Irina! Venga, entrar dentro, no os quedéis ahí paradas –apremiaba a Flor, mientras le arreglaba el coletero y le besaba la frente.
- ¡Adiós mamá! –cogiendo del brazo a Irina, Flor se despidió de su madre con una sonrisa.
Irene era una mujer muy ocupada, se hacía cargo de su hija, de la casa y trabajaba todo el día como dependienta en una tienda de televisores, radios y otros electrodomésticos. La verdad es que si no fuera por Clara, Irene no sabía como se las iba a arreglar; ella recogía a Flor a la salida del colegio y luego cuidaba de ella hasta que su madre la recogía a la tarde, aunque, casi se podía decir que a la noche, por lo tarde que era cuando Irene llegaba para recoger a Flor.
Ella miraba como las niñas se colocaban en su fila, quedándose tranquila al ver a Flor con su amiga hablando y riendo juntas. Por un momento, Irene se quedó pensando, soñaba despierta, pero ese momento fue tan corto que apenas tuvo tiempo de mirar de nuevo el reloj y salir casi corriendo hacia el trabajo, dejándolas allí en la fila, segura que allí dentro nada malo les podía pasar a las niñas.
- Tía me lo he pasado chupi –poniéndose la mano en la boca para ocultar su enorme sonrisa, Flor decía a Irina.
- Yo sí que me lo he pasado bien. Tía, fui con mis primas a la playa y, había unos niños que no hacían mas que mirarnos y nosotras no les hacíamos caso –reía con ganas Irina.
- Tengo un nuevo amigo en mi casa –apretando los labios, Flor ponía cara de interesante esperando la pregunta de Irina.
- ¿Un amigo? –preguntó Irina curiosa.
- Bueno es más bien mi mascota, pero en el fondo es mi amigo –orgullosa se le llenaba la boca al hablar de Clac
- ¡Ay! –muy intrigada– ¿Puedo ir esta tarde a verlo?
- Pues claro –contestó satisfecha Flor–. Uff, no. A mi abuela no le gusta Clac –torciendo el labio– Si la podemos convencer cuando salgamos esta tarde, pasaremos por casa a ver a Clac.
- ¿Se llama Clac? Que nombre más raro –con cara de extrañeza, se sorprendió Irina.
- A ver, todos en fila –dando dos palmadas la señorita Adela llamó a los de su clase para entrar en orden.
La señorita Adela era una profesora muy simpática, por lo menos eso opinaban sus alumnos, en especial Flor, a ella le caía muy bien, aunque a veces les ponía algún examen sorpresa, pero siempre les echaba una mano si se quedaban atascados en alguna pregunta. Además de explicar muy bien, era muy guapa y vestía estilo Bratz, cosa que encantaba a sus alumnas que intentaban imitarla.
Ya en clase empezaron las sorpresas, por un lado la clase ya no era la de tercero V, ahora era cuarto V, cosa que ya sabían todos, pero la otra sorpresa les pilló desprevenidos, incluso a la señorita Adela que no se la esperaba.
- ¡Buenos días! –saludó Felipe, el director– Os presento a Rita –con gestos, esperó a que toda la clase saludase.
- ¡Hola señorita Rita! –recitaron todos a la vez.
- Será vuestra profesora este curso –miró a la clase buscando alguien que quisiera preguntar algo, pero sólo vio caras mudas–. Adela acompáñame –en voz baja.
- Chicos, presentaros a la señorita Rita, yo voy un momento fuera –siguiendo a Felipe, la señorita Adela salió al pasillo.
La clase se quedó en silencio y boquiabiertos al ver a la nueva señorita, que no era para nada parecida a Adela; no era joven, no era tan guapa y vestía horrible. Fuera de clase, se podía oír a la señorita Adela discutiendo con el director, causando gran asombro a toda la clase, incluida a la señorita Rita.
- Me han hablado muy bien de esta clase, creo que nos vamos a entender. Primero me gustaría que os presentarais vosotros, así os voy conociendo –sin pestañear iba mirando uno a uno a sus nuevos alumnos.
- Sólo le falta la escoba –comentó Marta al oído de Irina, cosa que le provocó una carcajada.
- Las genialidades, por favor decidlas en voz alta. Ponte en pie y empieza tú con las presentaciones –señalando con su dedo a Irina.
Su cuerpo se puso a temblar al ver ese dedo, largo y huesudo, con esa enorme uña que la apuntaba directamente a ella; en toda la clase resonó un <> de perplejidad al ver como la señalaba. Todos miraban a Irina esperando a que contestara, pero se encontraba muy asustada y ese dedo, le imponía más que cualquier otra cosa de este mundo que ella recordase.
- Niña. ¿Sabes hablar, o sólo sabes reír en clase? –le preguntó a Irina meneando el dedo amenazador.
- Me... me –las palabras no le salían mirando ese dedo como se le acercaba.
- ¿Esta niña es muda? –al escucharla preguntó a la clase.
- Me llamo Irina, santa Rita... –contestó por fin atropelladamente, pero se equivocó y el tono lo empeoró aún más.
- ¿Te estás burlando de mí? –gritó muy enfadada la profesora.
- No, señorita me equivoqué –Irina intentaba excusarse, pero la profesora no parecía complacida con ella.
- No sabes de qué modo te has equivocado conmigo –dijo la profesora en tono amenazador.
Las piernas de Irina no la sujetaban, la señorita miraba a la clase intentando ver el respeto que exigía, pero entonces Irina cayó sentada sobre su silla, lo que la señorita interpreto como una nueva burla. Todas las miradas fueron hacia ella, y la señorita fue más allá, se acercó hasta ella apretando los dientes; su mirada mostraba su enfado y sus huesudas manos se frotaban entre sí asustando aún más a Irina. Por suerte para ella se abrió la puerta y volvieron a entrar Adela y el director, lo que distrajo la atención de Rita, e Irina aprovechó para salir corriendo y agarrarse con fuerza a la cintura de la señorita Adela.
- Por favor señorita Adela no nos deje con esta bruja –suplicó Irina de corazón.
- Irina, por favor –intentaba quitársela de encima– no debes hablar así de tu nueva profesora, es muy buena, ya veréis como al final termináis queriéndola mucho.
- No, por favor no se vaya –suplicaba llorando amargamente.
Los tres profesores se miraron entre sí y ante el berrinche que se estaba dando Irina, el director Felipe, optó por que Adela se quedase la mañana con Rita. El resto de la mañana paso como un suspiro, y por la tarde Adela ya no estuvo con ellos en clase, pero arreglado el malentendido entre Irina y la señorita Rita todo fue bastante bien, dándose cuenta que en el fondo la señorita Rita no era tan mala, solo que no era joven como la señorita Adela y que seguramente por eso no las entendía también como ella.


















Capítulo tercero “Presentando a Clac”

El sol de la tarde pegaba bien, y soportando sus sofocantes rayos, la abuela Clara acudía a la puerta del colegio dando un paseo; la madre de Irina le acompañaba con paso cansino, quejándose del daño que le hacían los pies. Clara ya no se encontraba tan joven como antes, la edad no perdonaba y de un año para otro echaba de menos la fortaleza de sus piernas, por eso al escuchar como Lidia se quejaba de sus pies, ella pensaba que si pudiera, bien se los cambiaría por los suyos con piernas incluidas.
- Ay, señora Clara que mal me están haciendo los juanetes –se quejaba Lidia poniendo cara de sufrimiento.
- Hija, ojalá tuviera tus piernas, con juanetes y todo. No sabes lo cuesta arriba que se me hace venir aquí –convencida que sus piernas estaban peor que las de Lidia, no comprendía porque tanto quejarse.
En la puerta del colegio se recostó Clara, apoyando los brazos en una papelera que había allí, miró al fondo buscando sitio en el banco de siempre. Mala suerte, una chica joven con un carrito de bebe acababa de sentarse, Clara miró a Lidia y resoplando soltó la papelera y fue a dejarse caer sobre el capó de un coche, bajando ligeramente los amortiguadores de ese lado. Al poco tiempo sonó la música del colegio y comenzaron a salir los chicos.
- No sé como os las apañáis pero siempre salís las últimas –protestó Clara a Flor y a Irina que salían juntas hablando muy animadas.
- Abuela, tenemos una señorita nueva... –hablaba a la vez que Irina sin dejarse entender.
- Mamá, ha venido una señorita nueva, y es una bruja –Irina miraba a Flor esperando que la dejase hablar.
- No es una bruja, es más vieja que tú abuela –dijo Flor.
- Si es una bruja. Tiene la escoba guardada en su coche –le llevó la contraria Irina.
- Si tuviese escoba, ¿para qué quiere coche? –preguntó poniendo a Irina en un compromiso.
- Si la tiene, lo que pasa es que la esconde para que nadie lo sepa –gritó Irina para demostrar a Flor que ella tenía razón.
- De eso nada, lo que pasa es que no te gusta porque te ha gritado –le dijo Flor de mala fe para que se enterase su madre.
Así siguieron durante un rato como el perro y el gato, la abuela aburrida de escucharlas, dando un grito puso orden entre las dos.
- Bueno, ya vale. ¿No? Siempre igual, no pueden estar juntas y cuando están separadas no hacen más que pensar la una en la otra –gritó sofocada al ver el espectáculo que estaban montando las dos.
Gloria se iba riendo por lo bajo, mientras, Flor e Irina se quedaron paradas al ver a Clara tan nerviosa. Al sentir el silencio, miró a su alrededor viendo como todo el mundo se callaba y la miraba; Clara se puso muy roja de vergüenza, Gloria al ver su sofoco, no pudo aguantar más la risa y soltó una enorme carcajada. Las niñas al verla reír tan fuerte, no entendían nada, pero con una risa tan contagiosa no tardaron en echarse a reír; Clara miró alrededor y viendo como todos seguían su camino sonrientes, empujó suavemente el hombro de Gloria y también se echó a reír.
- Vamos a casa, que algún día me matáis de un disgusto –cogiendo la mano de Flor siguió hacia casa tirando de ella.
- Abuela. ¿Puede venir Irina a casa? –acordándose de Clac intentó convencer a Clara, para que la dejase presentárselo a Irina.
- No, que dais mucho mal cuando estáis juntas –protestó Clara.
- Por favor abuela, que nos portaremos bien.
- Que no, que extendéis todo y luego se queja tu madre.
- Déjenos señora Clara, que no daremos mal –Irina acordándose de Clac, guiñó un ojo a Flor.
- No hija, no. Que no tengo ganas de jaleo –seguía negándose Clara.
- Por favor abuela –Flor poniendo cara de pena, que sabía que eso enternecía a Clara, siguió insistiendo.
- Venga mujer hágame ese favor, que así me cundirá más la tarde –pidió Gloria a Clara intercediendo por las chicas.
- Que dan mucho mal –no hacía más que decir eso.
- Mujer, usted se las quede hoy que mañana se vienen a mi casa, total somos casi vecinas –agarrando a Clara por la muñeca, Gloria la tenía ya convencida.
- Mira que eres, se tienen que salir siempre con la suya –se lamentaba Clara.
Meneando la cabeza, como reprochándose el haber dicho que sí, se lamentaba de la tarde que le esperaba, convencida que las dos le iban a hacer pasar una tarde de perros. Así que haciendo de tripas corazón, o lo que es lo mismo aguantándose lo que le hicieran las niñas, cogió a Irina por la otra mano y con cara de circunstancias.
- Venga, marcha que no te vea, no sea que me arrepienta –mirando a Lidia le dejó irse a casa tranquila, mientras ella se preparaba para aguantar la tormenta que iban a liar las dos.
- Irina, pórtate bien porque si no, no te quedarás más con Flor –guiñando un ojo a Clara se despidió dejando a las niñas contentas y a la abuela apretando las mandíbulas, mientras las miraba de reojo.
Una espléndida sonrisa lucía en sus bocas, mientras la cara de Clara mostraba tristeza, aunque ellas no entendían porque tanto empeño en llevarles siempre la contraria, además, ahora que iban a conseguir sus propósitos nada les importaba, ni siquiera el mal estar de la abuela de Flor.
Por fin estaban en el patio y Clara llamó al ascensor, pero sus males aún no habían terminado; llevaba un buen rato apretando el botón y el ascensor no daba señales de funcionar. Las niñas ya estaban arriba y desde el patio podía escuchar sus enredos, Clara nerviosa oía la llave de la puerta y ella todavía estaba abajo intentando hacerle funcionar; los nervios empezaban a jugarle una mala pasada, viéndose subir los cuatro pisos andando, y con el daño que le hacían las piernas.
- Abuela –llamaba Flor desde arriba.
- Esperadme en la puerta que ya subo –desesperada apretaba el botón como si quisiera sacar el dedo por el otro lado.
- Estamos en mi habitación, que le estoy enseñando a Irina mi terrario –volvió a gritarle desde arriba.
- No, esperarme en la puerta –dando un suspiro miró hacia las escaleras y comenzó a subir, pensando en qué sería ese terrario.
Flor poniendo un gran misterio en la ceremonia de presentación, guió a Irina hasta el rincón del terrario que apenas se podía ver al estar las persianas bajadas. Irina por su parte sentía una gran emoción por ver a la mascota de Flor, así que esperó muy atenta a que su amiga subiera las persianas para ver a Clac.
- Atención, señoras y señores. La señorita Flor Ortega tiene el placer de presentarles al inigualable señor Clac –tirando con fuerza de las cintas subió un poco las persianas.
- ¿Dónde está? –preguntó Irina intrigada.
- Ahí en medio. ¿No lo ves? –indicaba con la cabeza mientras seguía subiendo las persianas.
- Yo no veo nada –se esforzaba en buscar por el terrario Irina
-
- Es un maestro del camuflaje, está encima de esa piedra plana –con el dedo indicaba en el centro del terrario un montículo que parecía una piedra rugosa.
- ¿Y eso qué es? –apreciando verle los ojos, no sabía que podía ser ese animal.
- Es Clac, y si no le tratas con respeto se enfada –metiendo las manos en el terrario le sacó.
- Pero, ¿qué clase de animal es? –insistía Irina.
- Un sapo verrugoso –dijo Flor con orgullo.
- Es como una rana fea –observó Irina.
- Algo parecido; al principio yo también lo confundí con una rana, pero mi madre me dijo que no era una rana, aunque es muy gracioso y a mí no me importa que no sea una rana... –siguió explicando Flor.
- Pequeñas... –llamó Clara desde la puerta de entrada, sin recibir contestación –Flor– volvió a llamar.
- Abuela, estamos en mi habitación con Clac –contestó Flor desde el interior de la vivienda.
- Vengo reventada hija –resoplaba Clara muy fatigada.
Recogiendo a Clac entre sus manos, Irina se puso a jugar con él, mientras Flor acudía a la llamada de su abuela.
- ¿Quieres un vaso de agua abuela? –ofreció Flor.
- Sí hija, haz el favor –desfallecida se sentó en un banco que había en el recibidor.
Irina entre tanto salió a ver a la abuela de Flor que se le oía muy raro, como si le faltase el aire, pero a Clara al ver aparecer a Irina con Clac en las manos, se le pasó la fatiga, volviéndose más ágil que su gata Lola, porque antes de que se hubiera dado cuenta Irina, Clara se había subido al banco chillando como una loca.
- Quítame la bicha de la vista –pedía Clara histérica.
Con el alboroto que montó Clara, salieron los vecinos al descansillo de la escalera; Irina, confundida al ver la reacción de la abuela de Flor, fue corriendo a dejar a Clac en su terrario y muy asustada se refugió con Flor bajo la cama de Irene, a la espera de que Clara se calmase, pero no se calmaba e Irina comenzaba a preguntarse si realmente había sido una buena idea insistirle tanto para que les dejase venir a conocer a Clac, a fin de cuentas, se ve que a Clara no le gustan los animalillos tanto como a ellas...
















Capítulo cuarto “Un castigo ejemplar”
Escondidas bajo la cama de Irene, esperaban impacientes a que Clara las encontrase. Los minutos iban pasando y sus bocas permanecían selladas, evitando que ningún sonido fuera pronunciado por sus labios delatándolas a su abuela.
Clara escondida tras la puerta del dormitorio de Irene, las había localizado, pero con el susto que llevaba encima prefirió dejarlas ahí mientras pudiesen aguantar, así por lo menos el resto de la tarde la pasaría sin sobresaltos. No iba a ser así, puesto que al poco tiempo de sentarse a ver la televisión, las niñas fueron al salón hipnotizadas por las voces de los presentadores.
- ¡Vaya por Dios!¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre! –se lamentaba Clara tirando del refranero popular.
- Abuela. ¿Estas enfadada? –preguntó Flor con vocecilla mimosa.
- Sí –contestó poniendo cara de enfado.
- ¿Por qué te has enfadado abuela?
- Porque me tenéis harta.
- ¿Nos perdonas?
- No –sabiendo que no resistiría mucho los morritos de Flor, agarró con disimulo el mando de la televisión y se lo guardó en un bolsillo.
- Perdónanos abuela que nos portaremos bien –insistía Flor con carita tierna.
- A ver si es verdad –con media sonrisa, no pudo aguantar más y se dejó besar por Flor.
- Gracias abuela –Flor distrayendo a su abuela con un abrazo, aprovechó para deslizar una mano en su bolsillo y quitarle el mando sin que se diera cuenta.
Guiñando un ojo a Irina, le enseñó el mando de la tele y haciéndole señas, se fueron a sentar en el sofá. Flor conocía muy bien a su abuela y sabía que no tardaría en quedarse dormida, pero por si eso no sucedía tan rápido como ellas querían, con el mando bajaron el volumen para que el sonido no la distrajera. No tardó mucho en quedarse dormida y entonces ellas fueron junto a Clac.
- ¿Qué sabes hacer? –le preguntó Irina mirándole a los ojos.
- No le hables a él, no ves que no te entiende –replicó Flor burlándose de ella.
- ¿Y tú cómo lo sabes? –preguntó Irina desafiándola.
- Porque muchas veces he hablado con él y nunca me ha contestado –confesó Flor avergonzada.
- A lo mejor es extranjero y por eso no nos entiende –supuso Irina.
- ¿Qué dices, tía? Si lo cogí en la charca de mi abuela –Flor rechazaba la idea de Irina.
- Pero sus padres pudieron ser extranjeros –volvió a justificar Irina llenándose de razón.
Por un momento Flor se quedó pensando, si tendría razón Irina, pero al poco tras razonar que eso era absurdo, justificó ante Irina que apenas podía andar, así que por muy lejos que fueran sus padres, era imposible que fueran extranjeros. Irina al ver la tozudez de Flor, explicó que su madre le había contado, que en cierta ocasión llovieron ranas y que no sería nada raro que hubiera llegado volando. Flor incrédula se lo negó y comenzó una discusión que les hizo llegar hasta el comedor para sentir el apoyo de su abuela convencida de que por mucho que saltaran las ranas, de ninguna manera podían saltar tan lejos.
- Abuela –gritó Flor empujando el brazo de Clara.
- ¡Tu madre! –gritó Clara sobresaltada.
- Abuela, Irina dice que puede llover ranas –meneando el brazo de su abuela, Flor insistía esperando su apoyo.
- Mi madre vio como caían del cielo junto con la lluvia –afirmaba Irina temiendo que su madre le hubiera tomado el pelo.
- Flor, hija. ¡Qué poco me quieres! –poniendo la mano sobre su pecho, Clara mostraba su disgusto– Algún día de estos me matas de un sobresalto.
- Pero, es que Irina dice...
- ¡Porras! Que en esta casa no se puede quedar una un poco transpuesta sin que le den un susto –le recriminó muy enfadada.
- Abuela... –refunfuñando, Flor se marchó– ves como es mentira, las ranas no pueden caer del cielo –dijo a Irina mientras se marchaban de nuevo.
- ¡Flor! –llamó Clara.
- ¿Sí, abuela?
- Yo también he visto caer ranas del cielo durante una tormenta –confirmó Clara.
La cara de Flor cambió al oír a su abuela; cualquier cosa le hubiera parecido bien, pero que su abuela lo dijera para fastidiarla, eso era muy fuerte. Así que no le quedó más remedio que creerla, además eso respondía a varias cuestiones que se había planteado, sobre todo el porque Clac no podía saltar, seguramente se debía a que había caído desde muy alto y se había hecho daño en las piernas.
Definitivamente Irina tenía razón, por mal que le supiera, no le quedaba más remedio que confirmar las sospechas de su amiga, así que indudablemente Clac no respondía cuando le hablaba, porque era extranjero. De inmediato se puso a rebuscar entre los CD de música extranjeras, para ver con cual de ellos, Clac reaccionaba. Al cabo de un rato había acabado el repertorio de canciones y Clac seguía sin reaccionar.
- Lo mismo tiene hambre y por eso no dice nada –sugirió Irina.
- Igual sí. ¿Qué comen los sapos? –preguntó Flor intrigada.
- Pues, moscas –dijo Irina.
- ¿Moscas? –preguntó extrañada Flor.
- Sí, todas las ranas comen moscas –confirmó Irina.
- ¿Dónde abra moscas para Clac? –preguntó Flor a Irina.
- Seguro que por la cocina, en mi casa siempre hay alguna por la cocina –explicaba animada Irina.
Las dos fueron a la cocina en busca de comida para Clac, pero allí no vieron ninguna, salieron a buscar por toda la casa, habitación por habitación e incomprensiblemente no había ninguna mosca en la casa; bueno quedaba por mirar en el comedor, pero con Clara allí y con lo enfadada que estaba, cualquiera entraba allí.
Irina escuchó un zumbido por el pasillo y salió corriendo para ver que tipo de insecto lo provocaba, inmediatamente Flor salió detrás de ella. Buscaron por las habitaciones de nuevo y fueron cerrando las puertas para evitar que se escapara, así hasta llegar al salón de la casa, donde estaba Clara. Se asomaron tímidamente y allí estaba Clara dormida, se miraron y sonriendo cerraron la puerta del salón y fueron a por la mosca. Era una mosca muy escurridiza, no se dejaba coger de ninguna de las maneras, hasta que se posó en la nariz de Clara. Flor fue muy despacio para evitar que se asustase la mosca y saliera volando; colocando sus manos dispuestas para dar una palmada y atrapar a la mosca entre medio, se colocó junto a su abuela y aproximó las manos hasta dejar a la mosca entre las dos manos, evitando asustarla, pero la mosca hurgó en el agujero de la nariz de Clara y le provocó un cosquilleo que le hizo abrir los ojos. Al ver las manos sobre su cara se asustó e intentó incorporarse sin saber que era lo que realmente tenía delante de sus narices, pero en ese preciso instante Flor dio la palmada que debería haber atrapado a la mosca y atrapó la nariz de su abuela, cosa que a Clara no le hizo ninguna gracia.
- ¡Ay! Me vais a matar –salió Clara corriendo al pasillo.
- Perdona abuela ha sido sin querer –se lamentaba Flor, mientras Irina se partía de risa.
- No dejáis a nadie vivir, espera que venga tu madre –amenazaba Clara.
Flor e Irina se fueron con Clac y para mayor de sus males, la mosca, se les había escapado. Pobre Flor y pobre sapo, todo había empezado con una buena intención y terminaba con un terrible enfado de Clara. Clac se quedaba sin merienda y Flor seguramente se llevaría una buena reprimenda de Irene, incluso algún castigo que no se podía imaginar, a pesar de su gran imaginación.
La cerradura de la puerta hizo ruidos indicando que alguien estaba intentado meter la llave; las piernas de Flor comenzaron a temblar, Irina sin decir nada se arrinconó para que no le salpicaran las lágrimas de Flor al recibir la reprimenda de Irene, Clara de pie en medio del pasillo esperaba a su hija aparecer por la puerta y entonces la cerradura giró, se abrió la puerta e Irene apareció con cara fatigada. Clara la esperaba con cara agriada y Flor cabizbajo aguardaba tras la puerta a que su madre la cerrara.
- Buenas tardes. –saludó Irene a su madre– ¿Ha pasado algo? –se preocupó al ver a su madre seria en mitad del pasillo.
- Tu hija, que no deja vivir a nadie –respondió enfadada.
- ¿Qué has hecho ahora? –Irene al cerrar la puerta y ver a Flor, se encaró con ella con voz desganada.
- Ha sido sin querer –intentaba excusarse Flor.
- Mamá. ¿Qué ha hecho la niña? –pregunto impaciente ante el silencio de Clara.
- Dan mucha guerra; lo siento por Flor, pero no traigo a nadie más con ella, porque sola tira que te vas, pero acompañada no para y ya no estoy para ir detrás de una criatura con tan mala uva –explicaba Clara a su hija.
- Anda mamá que no habrá sido para tanto –Irene intentaba suavizar el ambiente.
- No será para ti, pero para mí, el que te dé un puñetazo en la nariz y te den un susto por quedarte adormilada un rato, ya vale.
- Ha sido sin querer, no quería darle a la abuela. Tenía una mosca en la nariz y sólo quería atraparla –se excusaba Flor.
- Mira la atrapa moscas, si al final la culpa habrá sido mía –se decía a sí misma Clara.
- Ya estás pidiendo perdón a la abuela –sujetándola por el brazo Irene exigía a Flor– Irina, mamá vamos que os llevo a casa – tirando de Flor la sacó al pasillo.
De camino al coche, Flor intento disculparse con su abuela, pero Clara estaba muy dolida por el mal comportamiento de su nieta y exigía que Irene le pusiera un castigo ejemplar. Irene no tenía ganas de discusiones, el día para ella había sido muy cansado y solo le faltaba esto al llegar a casa. Para Clara el día había sido realmente agotador, ya no se consideraba joven para cuidar a una niña tan movida como Flor y menos de dos niñas malcriadas, aunque ella podía excusar a Flor porque a fin de cuentas ella había tenido algo que ver con su educación y sus malos modos, pero a Irina que la aguantase su madre que para eso la había parido.
El trayecto a casa de Irina se hizo muy largo, a pesar de estar apenas a doscientos metros de casa de Flor, pero las caras tensas anunciaban tormenta. Irina al verlas tan serias a las tres se limitó a huir de la quema y despedirse con un leve <>, pero al cerrarse la puerta comenzó el chaparrón.
- Que no se te ocurra más traer a nadie a casa si no estoy yo –riñó Irene a Flor.
- No te imaginas el rato más malo que me han hecho pasar, creía que me daba algo –haciendo teatro Clara intentaba sacar un castigo para Flor.
- Sabes lo que te digo, que este fin de semana ya no vienes a la capital con Ernesto –sentenció Irene esperando la aprobación de su madre.
- Mamá... –dijo Flor llorando a lágrima viva.
- Eso te pasa por portarte mal, así aprenderás –Clara aprobaba el castigo de Flor.
- Además para compensar a la abuela, vas a pasarte el fin de semana con ella haciéndole compañía –dijo con cara de satisfacción.
Clara se quedo callada, pero de reojo pudo observar la cara de gusto que se le había quedado a su hija, y si tuviera un espejo a mano podría ver la cara boba que se le había quedado a ella. No sabía como se lo montaba su hija, pero siempre terminaba perdiendo ella, ahora le había endosado el fin de semana a Flor, mientras ella se daba la vida padre con su novio el fin de semana, y encima la mala era ella, porque para Flor el castigo era por culpa de su abuela, que era ella.















Capítulo quinto “Feliz en casa”
Flor de regreso a casa intentó en vano convencer a su madre para que la llevara con ellos a la capital, pero era un regalo muy precioso el castigo que le había impuesto y bajo ningún concepto se lo iba a levantar, entre otras cosas porque era el cumpleaños de Ernesto y ahora que se había hecho a la idea de un fin de semana romántico a solas, no quería aguarlo, que tiempo habría, para ir los tres a la capital.
- Porfi mami, déjame ir con vosotros –suplicaba Flor.
- Hija tienes que aprender a comportarte, y lo que has hecho con tu abuela no te ayuda –indiferente ante las súplicas de Flor, Irene seguía conduciendo.
- Te prometo que me portaré bien, pero déjame ir –seguía insistiendo Flor, poniendo las caras más tiernas que podía para ablandar a su madre.
- Es por tu bien, si cedo ahora, no habrás aprendido nada. Así que a aguantarse tocan –dijo tajante y siguió conduciendo.
A Flor le quedaba la esperanza del olvido, total era lunes y hasta el sábado aún quedaba toda la semana, pero lo que no sabía ella, era que su madre no tenía intención de llevársela y que ese castigo había sido la excusa ideal para que Clara no pudiera negarse a aguantar a Flor el fin de semana.
La mañana amanecía tranquila, nada parecía hacer sospechar que Flor cumpliría con el castigo, puesto que su abuela había llegado con buen humor y su madre la había despertado con una sonrisa y un enorme abrazo, como de costumbre. Clara llevaba aprendida la estrategia para salvar a Flor del castigo y nada más verla le guiñó un ojo para que se diera cuenta de ello. Irene se marchó al trabajo y Flor muy mimosa se abrazó a Clara.
- Abuela perdóname, de verdad que no quise darte –con voz dulce trataba de ablandar su corazón.
- Tranquila, que me vas a tirar –sujetándose a la pared evitaba caer–. Que sí, que estás perdonada, luego le diré a tu madre que te levante el castigo, para que puedas ir con ellos.
- Abuela eres la mejor abuela del mundo –abrazaba con fuerza a Clara.
- Para leñe, que me vas a tirar al final y vas a tener que quedarte conmigo para cuidarme –Clara intentaba quitarse de encima a Flor, temiendo que se caerían las dos al suelo.
La ilusión había vuelto a sus ojos; ya se veía con su madre y Ernesto en el parque de atracciones y luego en el supermercado, así que no pudo esperar más para decírselo a Clac.
- Voy a ir a la capital, te compraré comida muy rica para que te hagas grande –le decía al oído.
Flor aguardaba a que le contestara, pero ahora ya no hacía ni los ruiditos que le dieron su nombre, sin duda algo malo le estaba pasando. Preocupada le puso tripa arriba y le hizo cosquillas esperando que por lo menos abriera la boca, pero apenas movía una pata.
- Abuela a Clac le pasa algo –fue corriendo con su abuela.
- A ti sí que te va a pasar algo si no salimos ya para la escuela –dijo Clara apretando los labios y meneando la cabeza de arriba abajo.
- Pero es que Clac no se mueve.
- Estará dormido, anda coge la mochila.
- Que no, que le he meneado y no se mueve.
- Flor, ¿te quieres poner la chaqueta y coger la mochila de una vez? Que esos bichos se hace el muerto cuanto sienten peligro –Clara se impacientaba mirando el reloj.
No le parecía que Clac estuviera haciéndose el muerto, para ella estaba enfermo, pero quizás su abuela tuviese razón. Pensando en el sábado, miró a su abuela y decidió ir a despedirse de su amigo; seguía boca arriba, así que lo volvió y lo puso en la pequeña charca que le habían construido, para ver si así se recuperaba. Cogiendo su mochila, se despidió de él y fue hacia el ascensor con su abuela.
En la puerta del colegio la esperaba Irina con impaciencia, aunque con una sonrisilla sospechosa que hizo pensar a Flor, que su amiga en el fondo se alegraba del castigo. Flor evitando dar más motivos de satisfacción a Irina, nada más llegar junto a ella.
- Tía me voy con mi madre a la ciudad –poniendo cara de interesante, quería ver como Irina se moría de envidia.
- ¿Cómo lo has hecho? Tu madre parecía que lo decía en serio –sin terminar de creérselo quería saber todo.
- Abuela, a que voy el sábado con mi madre –viendo la cara de incredulidad de Irina, se volvió hacia Clara y le preguntó.
- Que sí, que vas –dijo desganada mientras siguió hablando con Gloria.
- Ves como sí que voy –remarcaba Flor a su incrédula amiga.
La envidia le recomía por dentro a Irina, no le había gustado la cara de chulita que tenía Flor cuando le dio la noticia; no entendía porque a ella por mucho menos le castigaban con más severidad, aunque claro, ella tenía a dos padres que la castigan a la vez y si uno se arrepentía ahí estaba el otro para recordárselo, pensaba ella, por eso había días que envidiaba a Flor, ella sólo tenía a su madre y como mucho a su abuela para que la castigasen, y con una abuela como Clara deba gusto.
La mañana pasó tranquila para Flor, a pesar de que su amiga Irina apenas le había hecho caso, y se pegó todo el recreo jugando con Julia y Ángela que le caían a Flor fatal. Pero ella estaba acostumbrada a ese tipo de pataletas de su amiga, así que ella se puso a jugar con Marta, Viki y Luisa, dejando de lado a Irina, haciendo lo mismo que ella, poniéndose a su altura.
Por la tarde las cosas no habían mejorado entre las dos, así que Flor prefirió salir corriendo para irse cuanto antes a casa con su abuela sin esperar a Irina. Clara al verla tan eufórica y mostrar tanto interés en marcharse sin esperar a Irina.
- Abuela vamos a casa –insistía Flor mirando hacia la puerta de salida del colegio.
-¿No esperas a Irina? –mirando a Gloria se extrañaba del comportamiento de Flor.
- No, que va a tardar, anda vamos –tirando del brazo de Clara, Flor seguía insistiendo.
- Ya os habéis peleado otra vez, que chiquillas –haciendo un gesto de resignación, Clara se despidió de Gloria con un gesto– Hasta mañana.
Sin abrir más la boca en todo el camino, Flor iba tirando de Clara llevándola casi arrastras, haciendo que su abuela fuera a un paso demasiado rápido para ir cómoda, no obstante, Clara se dejaba llevar, no fuera que Flor se arrepintiera y quisiera que alguien le acompañara a casa y ella no supiera decir que no.
Nada más abrir la puerta de casa, Flor fue a saludar a Clac, pero al llegar a su terrario lo vio dentro de su charca igual que lo dejara.
- Abuela –llamó Flor sobresaltada.
- ¿Qué pasa hija? –asustada, Clara pensaba que algo le había pasado a su nieta.
- Es Clac, no se mueve.
- Echará de menos a su familia –dijo Clara resuelta.
- ¿Tú crees abuela?
- ¿Tú no echas de menos a tu madre cuando está trabajando?
- No, yo echo de menos a mi padre en casa –contestó apenada.
- ¿A tu padre? Si hace más de un año que no quiere saber nada de vosotras –contestó airada.
- ¡Qué va! Si viene a verme muchos días durante el recreo.
Clara se quedó callada e intentó cambiar de tema yendo a la habitación de Clac para llamar la atención de Flor.
- Anda vamos a ver como está Clac –sin muchas ganas de ver a ese bicho tan repulsivo, Clara se acercó a su terrario seguida de Flor.
- Mira abuela no se menea –señalándole a Clac– ¿Está muerto?
- ¡No mujer! Es lo que te dije antes, que echa de menos a su charca.
- Pero aquí tiene agua y tierra, además me tiene a mi.
- No hija, no lo entiendes, él está acostumbrado a su charca y aquí se siente perdido, por eso no se menea y se ha quedado dormido –intentaba explicarle Clara.
- ¿Se va a morir?
- Tiene dos opciones, o bien vuelve a casa y mejora, o dentro de unos días le haces un entierro marinero –le dijo Clara con guasa.
- Abuela no quiero que se muera –suplicaba a Clara.
- Envuélvelo en un trapo húmedo que nos lo llevamos a la charca, total es un paseo –Clara mirando a su nieta le acarició la cabeza y fue a llamar por teléfono a su hija.
- Industrial Breengton –contestó Irene al otro lado del teléfono.
- ¿Irene? –preguntó Clara.
- ¿Mamá? ¿Qué ha pasado? –preguntó Irene preocupada.
- Nada hija, que nos vamos a mi casa. Te esperamos allí; luego te cuento –sin dar más explicaciones colgó.
Con un trapo húmedo dentro de un cubito de playa, Flor hizo una cama improvisada para Clac, en la que con mucho cuidado lo dejó; Clara miraba con repulsión al cubito que llevaba su nieta, pero hacía por no mostrar el asco que le provocaba Clac, pensando quizás en no molestar a su nieta.
El paseo se hacía pesado para Clara, pero a pesar de ello aguantaba la fatiga pensando en que su nieta estuviese contenta. Flor se lamentaba por tener que despedirse de Clac, aunque prefería despedirse ahora dejándole en la charca, a tener que despedirse dentro de unos días para siempre.
Con mucho cuidado Flor depositó a Clac en la orilla de la charca donde lo encontró, alejándose muy despacio sin dejar de mirarlo. Clara observaba a su nieta con ternura, pensando en como era posible coger tanto afecto a un animal tan repulsivo, pero esa respuesta la tenía Flor y sólo ella podía responder, así que al ver al animal tan quieto, supuso lo peor y al ver a su nieta animándole de esa manera.
- Ya estás en casa, salta al agua, venga. ¡Vamos! –le gritaba Flor esperando que de un momento a otro Clac saltara dentro del agua.
- Nena, déjalo que seguramente no se fía, debemos dejarlo solo –agarrando a Flor de la mano, Clara se la llevó a la casa.
- Abuela, pero, ¿y si no se despierta? No se puede quedar ahí solo –se lamentaba Flor.
- Sí hija, sí. Ya verás como cuando venga tu madre ya no está –aseguraba la abuela–. Podías ir preparándote la merienda, en cuanto llegues a casa, yo voy ahora.
Flor haciendo caso a su abuela salió corriendo a la casa dejándola atrás; Clara observaba a su nieta como entraba en la casa, luego miró a la charca y allí estaba el sapo quieto como una piedra. Por un instante se quedó pensativa en el dolor que podía sentir su nieta si algo le pasara a este horrible animal, volvió a mirar a su casa y al rato fue para allá.
- Flor, hija tu sapo ya ha saltado a la charca –gritaba Clara desde la puerta de entrada.
- Voy a verlo abuela –sin preocuparse de la merienda se dirigió a la charca y buscó en su interior– Clac, ¿Dónde estás?
- Hija que carrera me has hecho dar –sofocada llegaba Clara a la horilla de la charca, temerosa de que su nieta pudiera meterse dentro.
- Abuela no le veo –por más que buscaba no podía verlo.
- Pues claro, ¿qué te creías? –agarrando su mano la sujetó.
- Pero yo soy su amiga.
- ¡Mira! Ahí lo tienes –apuntando a unas pequeñas ondas que se generaban con las ancas de una rana.
- ¿Lo ves abuela?
- Sí, es él no hay duda, qué feliz se le ve en casa –le dijo Clara apretándole la mano con suavidad.
Juntas volvieron a la casa y en los ojos de Flor podía verse la decepción por no haber visto a su amigo nadando, aunque le quedaba el consuelo de que por lo menos ahora estaba en su casa y ella podía ir a la capital.










Capítulo sexto “El dolor de Ernesto”
Empezaba a caer el sol y Clara deseaba ansiosa que su hija llegara, para así poder descansar. Quería con locura a su nieta, pero era una pesadilla de criatura y ya no estaba para aguantar mucho tiempo contemplándola; llevaba toda la tarde hablándole de ese dichoso sapo, contándole historias fantásticas: que si era un príncipe encantado y que le estaba tan agradecido a ella que la recompensaría; o que si era un sapo mágico que le iba a conceder tres deseos en agradecimiento por dejarle libre. En fin su imaginación no tenía límites, hasta el punto de tener Clara que calmarla.
- ¡Vale ya! Descansa un poco hija, guárdate unas pocas energías para tu madre –con voz cansada recomendaba Clara a su nieta.
- Pero, crees que Clac estará agradecida. ¿Verdad abuela?
- Sí, está agradecido y te concederá los deseos, o se casará contigo el día de mañana, o en agradecimiento por dejarle libre te regalará un coche de muñecas nuevo –repetía Clara esperando a que Flor se callase de una vez.
Aprovechando unos instantes de tranquilidad que le había dejado Flor, se acurrucó en su sillón y mirando la televisión se quedó dormida. Flor observaba a su abuela como roncaba y le hacía mucha gracia, sobre todo el movimiento de sus labios arriba y abajo, acompasando los ronroneos que su garganta emitía. Por un momento estuvo tentada de pasarle uno de sus mechones por la nariz, pero recordó el castigo de su madre y lo que en ese momento deseaba era que se lo retirase, y como su abuela se lo había prometido decidió portarse bien.
Un sobresalto hizo mirar a Clara su reloj, luego miró hacia la ventana y se levantó del sillón. Casi era de noche y su hija no tardaría en ir a buscar a Flor, así que miró a su alrededor en busca de su nieta, encontrándola tumbada en el sofá con una película de dibujos puesta, que apenas se oía.
- Flor prepárate, que tu madre está al llegar –desperezándose se acercaba a Flor–. Bueno, ¿qué milagro es este? –se asombró Clara al ver a Flor dormida.
- ¡Uy! Me he dormido –se frotaba los ojos con cara de cansancio.
- Si que estabas rendida hoy.
- ¿Mamá? –llamó Flor.
- No, aún no ha llegado, pero no tiene que tardar. Anda prepárate –Clara guardaba los libros de Flor mientras ésta se rascaba la cabeza a la vez que bostezaba.
El sonido del viejo coche de Irene retumbaba en el silencio del atardecer en el campo; haciéndose notar a los oídos atentos de Flor el ruido del endemoniado motor, quien fue corriendo a la puerta a recibir a su madre.
Flor fue corriendo a refugiarse en el regazo de su madre, y ésta sorprendida miró a su Clara y con gestos de incredulidad.
- ¿Qué le has dado? –preguntó Irene sorprendida.
- Yo nada, pero el sapo le va a hacer de oro –respondía Clara ante el asombro de su hija.
- Mamá he soltado a Clac –Flor estaba radiante de contenta.
- Me parece muy bien, anda entra en el coche que me despido de la abuela –Irene seguía con la mirada a su hija, hasta que cerró la puerta– ¿Qué ha pasado?
- Tu hija que ha tirado el sapo –decía Clara con voz baja.
- ¡Anda! Ahora sí que estará bien el bichejo –sonreía Irene satisfecha de librarse de ese repulsivo animal.
- Sí si, bien está bien –con su dedo índice le hacía señas a Irene pasándoselo de lado a lado de cuello.
- Está muerto, ¿y no se ha llevado un disgusto? –Irene no entendía nada.
- Ella se cree que está vivo, pero cuando se distrajo le di una patada y lo envié a un agujero que hay junto a la charca –explicaba Clara con cara descompuesta.
- Ah, bien –miraba satisfecha por la forma con que su madre había solucionado el problema.
- Mira, creo que hice mal contándote lo de la mosca, sería bueno por tu parte que no lo tuvieras en cuenta y la dejaras ir con vosotros –rogaba a Irene para que perdonase el castigo a Flor.
- Bueno ya hablaremos, hasta mañana –se despedía Irene.
Allí se quedó Clara con la boca abierta viendo como Irene evitaba hablar sobre el castigo de Flor, comprendiendo que en realidad no tenía ganas de que su hija le arruinara el fin de semana, sin pensar que a quien se lo iban a arruinar era realmente a ella.
Al día siguiente pasó lo propio y al otro igual, y el viernes parecía que sería el definitivo, entre otras cosas porque para Clara si no hablaba con su hija, por mal que le pareciera, estaba dispuesta a irse ella a casa de su otra hija Luisa, a pesar de que era un viaje muy pesado en autobús, puesto que vivía en un pueblecito de la montaña.
- Mamá hoy se queda Flor a comer en casa de Irina y a la tarde quedé con Gloria que se quedaba a dormir, así que hoy libras –con cara de complacencia Irene le comunicaba a Clara un arreglillo que había pactado con Gloria.
- ¡Bien! –gritó Flor.
- Bien, bien, pero me ha llamado Luisa, y como que hace mucho que no nos vemos hemos quedado este fin de semana que yo iría a verlos. Así que tendrás que llevarte a Flor a la Capital –dijo Clara muy tranquila.
- No puedes hacerme esto –con cara malhumorada dijo Irene a Clara.
- Hija, cualquiera diría que Flor es hija mía y no tuya –protestó Clara.
- Tú sabías lo importante que era para nosotros ese fin de semana.
- Y tú tienes una hija y unas obligaciones –dándose la vuelta dio la mano a Flor y salieron al pasillo.
Irene se quedó por un momento callada, pero su cabeza bullía por dentro. Clara se metía al ascensor con rostro triunfal; por un lado temía las dos horas de autobús por esos caminos de mala muerte, pero por otro lado los hijos de Luisa ya eran mayores y no le darían problemas, además siempre podía cambiar de opinión a última hora.
Eran las dos de la tarde e Irene esperaba impaciente a que todos salieran de la oficina; Julián uno de los jefes de departamento se despedía de ella asombrado por la dedicación y empeño que demostraba en su trabajo Irene.
- Si continúas así en un par de años te veo en la silla del presidente –bromeaba Julián.
- Ya me voy a comer, recojo esto y lo termino luego –sonreía a su jefe.
- Date prisa, voy para la cafetería. Te guardaré un sitio –sonriente se despedía de Irene.
Aprovechando el momento que nadie podía oírla, sacó su agenda y marcó uno de los teléfonos que en ella guardaba.
- Dígame –contestó una voz al otro lado del teléfono.
- Luisa, soy Irene.
- ¡Hola! ¿Cómo estáis?
- Bien, un poco estresados por el agobio de la ciudad –confesaba Irene a su hermana.
- Venios este fin de semana con mamá –ofreció Luisa su casa.
- Es que no quiero molestar –se excusaba Irene.
- No mujer, precisamente mamá me dijo ayer lo mismo.
- Vaya, que coincidencia –pensaba Irene–. Creo que me has convencido, espéranos mañana a comer. ¿Te importa que venga Ernesto?
- No mujer, aquí hay mucho sitio.
Después de un rato hablando la cara de Irene había cambiado radicalmente, ahora estaba totalmente distendida, muy relajada y alegre, tal fue así que se olvidó por completo de la comida y siguió trabajando.
A la tarde fue a recoger a Flor a casa de Gloria, no sin antes haber quedado con Ernesto para que las recogiera por la mañana.
- Mamá, deja que me quede a dormir, por favor –pedía Flor.
- Sí señora Irene, por favor deje que se quede –repetía Irina.
- Anda mujer, ya la recogerás mañana –insistía Gloria.
- Otro día, que mañana tenemos que salir temprano –Irene ahogó las ilusiones de Irina.
- Sí, me voy con vosotros. ¡Bien! –Flor se puso muy contenta creyendo que iban a la capital.
- Gracias por aguantarla –dijo Irene a Gloria.
- Por favor, no se merecen –contestó Gloria con una sonrisa.
Por la mañana temprano sonó el despertador de Irene y, al poco fue a despertar a Flor, aunque no fue necesario porque ya la estaba esperando despierta desde hacía un rato. Ernesto no tardó en llegar a buscarlas, marchando a toda prisa. El coche se detuvo frente a la casa de Clara y para sorpresa de Flor, parecía que su abuela también iba con ellos a la capital, pero cuando llegaron ella ya no estaba, lo que decepcionó a Flor, convencida que su abuela se merecía ir a la feria más que ella. El coche dio la vuelta y la próxima parada fue la pista de autobuses; Flor no entendía nada pero tampoco le importaba demasiado, buen un poco le molestaba tanto perder el tiempo de aquí para allá, pero el resultado seguro que merecería la pena.
- Mamá –gritó Irene desde el andén.
- ¿Ha pasado algo hija? –preguntó Clara preocupada.
- No, que nos vamos todos a visitar a Luisa. Vente con nosotros.
- Ya he sacado billete –reconocía Clara.
- Pues devuélvelo –dijo Irene.
Sin comerlo ni beberlo, Clara estaba embarcada en el coche para ir de visitas al pueblo de Luisa; quien le iba a decir a ella que al final tenía que ir de veras, si ella tan solo quería estar allí un rato para hacer tiempo hasta que su hija saliera. Dejaría ir al autobús y luego pondría la excusa de que se le había escapado, pero no, tenía que llegar la tropa para fastidiarle el fin de semana. Irene tenía ganas de visitar a su hermana y a sus sobrinos; aunque no le caía bien su cuñado, la elección entre un día de parques de atracciones y pesadillas, o un día de paz y tranquilidad en la montaña, no daba lugar a elección y por supuesto que preferían la tranquilidad.
Después de un ajetreado viaje con mareos incluidos, por fin llegaron al pueblo. Allí les esperaba Luisa con su marido. Irene saludó radiante a su hermana y forzó un más que fingido saludo para Aitor. Flor se quedó muy confundida, la carretera había sido muy pesada, pero eso no era la capital ni mucho menos, allí no habría ni parque de atracciones ni nada que se le pudiera parecer.
- Mamá, vamos que se nos hará tarde para la capital –pedía Flor sospechando una encerrona.
- No hija, no vamos a la capital, otro día será. Dale un beso a los tíos –pidió Irene a su hija.
- Pero mamá –Flor decepcionada reclamaba la atención de su madre.
- Disfruta de la montaña, otro día iremos a la ciudad –cortó Irene con cara de no admitir discusiones.
Tras los saludos llegaron las presentaciones, luego el peloteo, los elogios y halagos y por fin la comida. Clara no había abierto la boca en ningún momento, tan solo se resignaba a estar allí, a pesar de no desearlo. De pronto Ernesto se puso la mano en un costado e Irene se alarmó mucho.
- ¿Qué te pasa?¿Estás bien? –preguntó Irene a Ernesto.
- Si mujer no es nada, seguramente un flato –Ernesto quitó importancia a su dolor.
- Eso lo tiene que decir un médico, –dijo decidida Irene para que todos lo escuchasen– perdonar pero nos vamos a casa, pero me da tanta pena Flor. ¿Mamá te importaría quedártela? Podéis estar el fin de semana aquí total el lunes es fiesta y vendré a buscaros por la mañana.
- Sí mujer como te va a negar eso mamá –Luisa respondió por Clara.
- Pues si que sí –dijo Clara balanceando la cabeza.
- Mamá, ¿pasa algo? –preguntó Luisa extrañada.
- Nada hija, no pasa nada –resignada Clara abrazó a Flor.
- Gracias mamá, nos vemos entonces el lunes –se despidió Irene.
- Nada hijo, ¡qué te mejores! –dijo Clara con mofa.
Nadie entendía a que venía ese tono en Clara, pero como Irene que era la afectada no le había dado importancia, nadie se la dio. Allí quedó Clara pensativa mirando a su hija, a su yerno y a su nieta; por un momento cerró los ojos y mirando con pena a Flor.
- Nada hija, ahí tienes las ferias –dijo Clara a Flor, señalando el monte.
- ¿Dónde abuela? –Flor miraba a su alrededor pero no veía nada.
- Te parece poca feria todo el monte y las cabras, anda a ver como pastan –Dando una palmadita en la espalda de Flor, Clara la envió junto a un rebaño de cabras.
- ¿Estás bien mamá? –preguntó Luisa.
- Nada hija que ya chocheo, y lo peor es que los últimos nueve años no los he disfrutado como debiera –se lamentaba Clara, yendo junto a Flor a jugar con las cabras.
Para Flor esa experiencia fue mucho mejor que cualquier feria mecánica, allí disfrutó con los animales como nunca lo había hecho, y su abuela sacó de su interior la niña que siempre había llevado dentro. Creo que en el fondo Ernesto le hizo un favor a Clara al ponerse malo; en cuanto a Irene, Flor no la echó de menos en absoluto, acostumbrada a verla apenas una hora al día, se lo pasó mucho mejor con su renovada abuela, que no se cansaba de decirle: “arrea, arrea, que siempre se queda sin fiesta, la más fea...”
















“EL AVIADOR”

La arena cegaba sus ojos, que a duras penas podía mantener abiertos. Bajo su polvoriento casco corría húmedo un hilacho de sangre, que imparable, se abría camino hacia la boca a través de los angustiados pliegues de su desencajado rostro. Sus piernas lacias como ramas marchitas se dejaban arrastrar por el reptante cuerpo lacerado, que ayudado por un brazo avanzaba lento, consiguiendo a duras penas alejarse unos metros del aparato incendiado.
Por su mente pasaban infinidad de imágenes: unas incomprensibles, otras no tanto y las menos, quedaban prendidas en sus recuerdos memorando algún tiempo pasado. Un esputo le devolvió a la realidad liberándolo de su hechizo; abrió los ojos y a su espalda, un fuerte estrépito dañó sus tímpanos y una ola de aire caliente lo volteó arrastrándolo un par de metros, quedando su cuerpo desmadejado boca arriba observando lo que quedaba de su gloria.
Sus labios no podían expresar lo que veían sus ojos y, sin embargo, en su mirada se notaba la tristeza de un ángel caído de su nube. Aquel que fuera orgullo de hombres, ahora sólo podía contemplar las llamas que como monumento inanimado de vivo fuego, torturaban los ojos que aún hacían de uso para martirizar su vanidad.
Una sombra oscureció sus ojos, liberándolo de la triste visión de su declive. Insensible, sintió un gran alivio al cesar el dolor, relajando la mueca de sufrimiento por la paz alcanzada, pero al instante, sintió como el vacío del silencio, negaba las respuestas a la soledad de la oscuridad que le envolvía, causando en él mayor padecimiento que el dolor sufrido. Ahora que ni el sabor salobre de su sangre podía degustar, un sentimiento de angustia devolvió a su rostro la mueca de espanto, que ya no pudo borrar...
En el lugar donde cayera el aparato había una pequeña piedra a modo de lápida, ya olvidada, en la que rezaba un epitafio gastado por el paso del tiempo y en el que aún podía distinguirse: “Aquí cayó un enemigo de la patria a manos de un valiente. Dios guarde a nuestros héroes del pueblo”

“El convite”
Como pasmarotes aguardábamos a que se ofreciera el primero a pedir la nota, ya que como de costumbre, invitaba al resto. Incomprensiblemente nadie salía, era como si todos nos hubiéramos puesto de acuerdo para aguantar allí sentados hasta que nos echaran del restaurante; yo por mi parte lo tenía claro, éramos diez personas y nadie se había cortado un pelo a la hora de pedir. Primero fue Andrés con su manía de pedir foie y quesos, luego Lourdes con sus gambitas al ajillo, y anda que Carlota con sus percebes, creo que si no se los sirven le da algo. Pero lo que más me indignó, fue Jaime con su arrogancia, sus aires de señorón al pedir el vino, “Faustino V” dijo el imbécil, Y todos le coreábamos. Claro como ninguno pensaba en pagar, todo nos parecía bien, incluso nadie echó de menos a Ramón a pesar de ser él quien eligió el restaurante, después de todo la vez anterior fue él quien pagó.
Íbamos por la segunda copa de la noche y los camareros empezaban a mirarnos de reojo, de pronto Jaime se miró el reloj y cogiendo la mano de Carlota, va y dice: <<¡Dios que tarde se nos ha hecho! Ha sido una velada muy agradable. Cariño la canguro nos espera>>. Nos quedamos con la boca abierta como imbéciles mirándoles marchar, cuando el jefe de comedor se les acercó y con mucha educación les pregunto por el servicio, por la comida, si estaban satisfechos, vamos, que se deshizo en halagos con la pareja. Entonces Arturo se levantó y viendo el buen trato que les ofrecía el maître, tomó la mano de Olga y también se despidió de nosotros. Yo con cara de tonto veía como quedábamos seis y antes de que ninguno más buscara una excusa, me excusé de los demás y me fui hacia el aseo.
Antes de entrar al aseo vi al lado abierta la puerta de emergencia y echando un vistazo al grupo que se levantaban al unísono dejando sentada a Susana, y se iban arremolinando uno tras otro en torno del maître, seguramente deshaciéndose en elogios por la buena presencia y sabor de los caldos y platos, etc. Cambié la dirección del aseo por la calle, aunque saliendo por la puerta tuve remordimientos por Susana que seguía sentada en la mesa y a pesar de que no la conocía casi de nada me caía bien. Aprovechando que me había dado su teléfono, le llamé a su móvil y le hice salir de allí a toda prisa.
A través de la ventana veía la escena, los ocho despidiéndose del maître encantados y dejándome a mí el pastel, creyéndome supuestamente en el aseo. Pero al ver como Susana salía a toda prisa sin despedirse, sus caras cambiaron, y aún tuvo narices Jaime para intentar pararla, pero yo había sido más astuto que ellos y a Susana no le gustaba nada que a su coche se lo llevara la grúa, claro que ella no sabía que era mentira, así que fui hacia su coche a esperarla y cual sería mi sorpresa al encontrarme a Ramón riéndose cerca del coche de Susana. Cuando ella llegó se sorprendió mucho de la escena y al preguntarle a Ramón el porqué de esas risas, él va y apuntando al maître nos dice: <>...
“Hechizo”
Rehusaba mirarla y ella se daba cuenta; intentaba esquivarla y ella venía a mi lado; con indiferencia pasaba de largo y ella me seguía. No sé como lo hacía pero siempre tenía una excusa para estar ahí, y entonces yo intentaba pensar en otra cosa, pero ella sentía como se encogía mi corazón provocándome ese ahogo en mi pecho que me cortaba la respiración y sonreía satisfecha por su logro sacando pecho, a la par que provocaba en mí aún mayor deseo, hasta que el sudor se hacía visible por mi frente y entonces ella siempre decía la misma frase: <>. Se desabrochaba el primer botón de su ceñida blusa y mis ojos iban como imanes a contemplar la forma de su pecho al natural que se veía a través de su generoso escote, provocándome cerrar los ojos y huir de allí.
En silencio soñaba con ella, con su suave piel de seda. Añoraba sentir su cuerpo junto al mío, rozar su piel con mi piel fundidos en un abrazo eterno, hasta que nuestros cuerpos ceñidos por el abrazo, jamás pudieran separarse; la deseaba y ella lo sabía, a pesar de evitarla, de ignorarla, de tratarla con indiferencia delante de los demás, ella seguía provocándome. Dios que cruz arrastré, cuanto deseaba tenerla a mi lado, sentía mi corazón palpitar con fuerza para liberarse de la congoja de su hechizo; notaba como subía hacia mi garganta el nudo del estómago cada vez que me miraba; sentía como ardían mis ojos de deseo al mirarla y se secaba mi boca añorando sus besos.
Dios perdóname: por abandonarme en sus brazos incapaz de moverme; por lucirme orgulloso junto a ella; por desear poseerla totalmente; por gozar de su amor noches enteras; por mostrar mi furia ante las miradas de reproche; por sorber la esencia de sus encantos; pero sobre todo, perdóname por desear tener su juventud, su alegría y su paz interior.
Es por eso que te entrego mi alzacuellos y me dejo arrastrar por este ángel budista que me lleva al paraíso día a día...

La vieja farola alumbraba la puerta de la destartalada mansión Mascot, como intentando decir algo al viajero que osaba acercarse a ella, seguía luciendo. Efrén era un muchacho tímido y algo asustadizo que no cuadraba bien en su ambiente. Humillado por los chicos de su colegio con pesadas bromas, huyó de ellos hasta perderles de vista. Sin darse cuenta hacia donde se dirigía, pronto se halló perdido entre la niebla. Buscando una referencia en el horizonte vio un lejano destello, que si bien no le indicaba donde estaba, sí que le mostraba donde podía conseguir ayuda. Guiado por esa luz en la lejanía fue hasta la puerta de los Mascot, y sin comprender bien que es lo que hacía allí, pulsó el timbre.
Con estrepitosos chirridos, se venció la puerta sobre sus goznes dejando entrever a un siniestro personaje semidesnudo, que sin mediar palabra agarró al chico por el brazo y tiró de él con fuerza, cerrando la puerta tras de sí. La extraña silueta arrastraba a un asustadizo Efrén que no conseguía articular palabra, y a duras penas podía controlar unas piernas que se dejaban llevar por la fornida corpulencia del siniestro crápula.
Algo hizo reaccionar a Efrén, había una silueta que en cierto modo le resultaba familiar, extrañamente familiar. Un pie se estrelló contra su culo, haciendo que instintivamente diera un salto para esquivar el siguiente puntapié, que desgraciadamente para él también dio en el blanco. Entre burlas y risotadas un grupo de figuras que se ocultaban tras de sus capuchas, hacían de él, blanco de sus golpes, hasta que la avalancha de puntapiés le hicieron perder el equilibrio, cayendo al suelo donde el alubión de golpes tomó mayor virulencia. Al cabo de unos segundos perdió la consciencia y para cuando se despertó, descubrió que se encontraba en calzoncillos sobre una cama, cubierto por una túnica abierta y que su cuerpo le dolía por todas partes.
La habitación estaba bien iluminada y para cuando giró la cabeza, la voz de uno de los encapuchados llamó al resto. Efrén sentía verdadero pánico hacia esos salvajes, pero ahora nada hacía presagiar una nueva paliza, en realidad parecía todo diferente, los encapuchados, uno a uno, fueron descubriéndose y estrechando su brazo en señal de aceptación. Todo le resultaba muy extraño, verdaderamente surrealista, hasta el punto de ofrecer su brazo por temor a nuevos golpes, mientras nuevos rostros se iban descubriendo y le llamaban hermano.
Varios habían desfilado por su lado, pero aún faltaban otros tantos, llegando a temer que cuando acabara la ronda de presentaciones, volviera la de palos. Sintió perplejidad al sentir el brazo enclenque del encapuchado, pero al descubrir su rostro y ver como esa chica le llamaba hermano, una lágrima brotó de sus ojos y recíprocamente al verle, ella también lloró...

“Sin palabras”
Una voz en la distancia llamaba con insistencia al abrupto caballero de caminar ligero, que sin hacer caso seguía caminando guardando el ritmo sin descanso. Al poco se unió un segundo que también llamaba al caballero con insistencia, pero éste seguía sin menguar su paso como si con él no fuera. Al escándalo de los gritos salió otro soldado de mayor rango que los anteriores y tras ver la indiferencia del caballero, sacó su pistola y comenzó a dispararle errando por tres veces sus disparos. El caballero seguía indiferente al acoso de los militares, cuando un cuarto disparo haciendo blanco en su brazo, le hizo darse la vuelta propinando dos mugidos que sobrecogieron a los soldados. Ante tal desafío sacaron sus armas y comenzaron a dispararle.
Un fogonazo tras otro llamaron la atención del caballero, que al ver los destellos salir por las bocas de metal, tocó su brazo herido y al sentir la húmeda sangre correr, apretó la herida y corrió en zigzag intentando esquivar las balas que iban levantando pequeños montones de la nieve caída.
Guarecido en un portal espero refugio, pero al preguntarle desde una ventana por el motivo de los gritos, no pudo responder, y el hombre cerró la ventana dejándolo fuera, en la calle herido. Quiso su destino que el asustado vecino llamara a la policía, y para cuando llegaron los soldados a la altura del portal con sus pistolas en mano, encontraron al caballero con las manos cubiertas de sangre y rostro desencajado hincado de rodilla, pidiendo clemencia con sus manos entrelazadas junto a su boca.
Con expresión sádica llevó la pistola a la sien del caballero, y con mordaz sarcasmo atenazando el gatillo, le volvió a increpar <>. Sin pestañear obedeció tirándose sobre el frío suelo del portal, dejando al militar sonriente acariciando el gatillo con rostro triunfal. Llevando el dedo de nuevo al gatillo apuntó a la nuca del caballero y sin dejar de sonreír estiró el brazo para alejarse del estallido. Un grito en la distancia le detuvo, sin duda proverbial fuera el vecino, puesto que un policía detuvo la acción del sádico sargento momentos antes del disparo.
Al llegar el policía a la altura del caballero herido, sintió el terror en su rostro. Reconociendo en él al hijo del gobernador, sacó su arma y encañonó al militar obligándole a guardar su arma, quien ante la incomprensión del gesto del policía, éste en un rifirrafe de amenazas, por fin descubrió que el herido era mudo, a lo que argumentó <> concluyendo esto guardó su arma y se marchó indiferente.