martes, 17 de marzo de 2009

Juntos de la mano

Bajo la tenue sombra de una acacia, con la mirada hundida entre sus hojas, Isidoro aguardaba templado, la llegada de Leonor. Sus ojos juegan entre la hojarasca en busca de los rayos de sol, que se cuelan furtivos entre el follaje con el desordenado danzar de las hojas, que el suave viento primaveral balanceaba. Con la mente sumida en gratos recuerdos de su chica, cuenta al azar los pequeños rayos que a sus ojos llegan. Su cara alelada, muestra rasgos marcados, y una estúpida sonrisa cruza su rostro. A lo lejos, sin perderle de vista, Leonor se acercaba calle abajo juguetona; su hermana María le sigue a unos pasos, cuidando de que el buen entendimiento de la pareja, no llegue a mayores.
Sonríe feliz escondiéndose por las esquinas, ocultándose a la vista de Isidro. La tristeza marca el rostro de María, no por envidia hacia su hermana mayor, a quien quiere con locura, sino por el sentimiento imposible, que albergaba Leonor hacia Isidro. Esquina tras esquina, oculta su cuerpo regordete de los ojos de su chico, y él sigue abstraído mirando la frenética danza de las hojas. Apenas hay distancia entre ellos, dos calles les separan, cuando Isidro baja la cabeza y ve a María. Sus ojos se iluminan y su sonrisa se hace más redonda, aunque al no ver a Leonor junto a María, su rostro cambia y una mueca de preocupación le hace cerrar la boca.
Tras de él, Leonor sonríe con frescura, disfrutando de la excitación de Isidro; María soltó una carcajada al ver la indescifrable cara de Isidro y, Leonor sin poder aguantar más, saltó junto a Isidro tapando sus ojos con las manos. Sin decir nada, cerró los ojos, flexionó la cabeza hacia su hombro derecho y comenzó a dar vueltas de puntillas elevando sus brazos semi arqueados, clavando sus ojos a cada vuelta en los de ella. Leonor le contemplaba con admiración, ella sabía que esa era su sorpresa y que debía medir las palabras que iba a dedicarle, pero al verle girar, lo encontraba tan gracioso que no pudo por más que soltar una carcajada. María se quedó seria, en sus ojos se adivinaba el miedo a la reacción de Isidro. Él se paró de golpe, enderezó la cabeza y la miró. Un halo de luz brilló entre ellos y la carcajada que devolvió Isidro, tranquilizó a María.
Un sentimiento de alivio llenó su mente; sus manos sudorosas dejaron de transpirar, al comprobar que nadie les había visto. Sabía que no hacían daño a nadie contradiciendo las órdenes de sus padres, al dejar que Leonor besara a Isidro, pero aun así, no quería defraudarles, ni borrar del rostro de su hermana los breves instantes de felicidad, que mostraba al sentir cerca la presencia de Isidro.Isidro aguardaba boquiabierto sentirla junto a él, ella ansiaba coger sus rechonchas manos; mientras, María aguardaba como cada mañana a que sus almendrados ojos se cerrasen y sus babeantes labios se tocaran. Vigilante observaba a la pareja con cierto grado de ternura, dejándoles disfrutar de ese momento, porque sabía que el autobús no tardaría en llegar y el mágico encuentro estaba a punto de extinguirse, como el sueño de una cenicienta, que día a día se marchita para renacer otra vez con un nuevo día, bajo una acacia, en una plaza de un lugar cualquiera, donde su furtivo encuentro pasaba inadvertido para el resto del mundo .

Sueño inverso

Las compañeras iban saliendo a saltitos esquivando los charcos que el agua dejaba junto al porche; yo sin embargo aguardé a ver si paraba de llover. Algunos seguían saliendo y de un salto evitaban las pequeña riada que ya anegaba un metro de anchura de la calzada. Cada vez éramos menos aguardando bajo el porche, soportando el crepitar de las chapas bajos los impactos de los goterones, chakchakchokchekchak, se repetía sin cesar la incesante y cansina serenata del agua sobre las chapas.
A penas quedábamos cinco personas aguardando la salida del arco iris, y entre ellas, David, muy dicharachero con todas, pero que apenas recababa en mi. Tras unos minutos de creciente lluvia, y con metro y medio de anchura en la riada, llegó Amparo con su coche, acompañada de Maite, su mejor amiga y a su vez compañera de Jesús y Berta que pronto subieron al coche, e instantes después saltó Lourdes adelantándoseme, dejándome allí con la boca abierta y cara de boba viéndoles partir.
- No te preocupes, que está a punto de parar –me dijo David sonriéndome.
- Me han dejado aquí como un pasmarote. ¡Vaya compañeras! –me dije para mí sin intención de hacerme oír.
- Sí, la verdad es que no han pensado mucho en nosotros, jajajajajajaja –comentó David socarrón–. ¿Tienes coche?
- No, hoy vine con ellas –dije con cara de circunstancias.
- Pues andando, como que no es muy recomendable bajar al pueblo –dijo mirando al cielo.
- Mierda, tengo que ir a casa, o me toca ayuno –comenté entre dientes.
- Eres de pocas palabras. Anda vamos a dentro que esto no tiene visos de parar –dijo David dándome la espalda–. ¡Venga! –apremió–
No tenía ganas de ir tras él como un perrillo tras su amo, pero en el fondo tenía razón, no podía seguir allí esperando hasta que se hiciera la hora de volver al trabajo. Joder, me iba a tocar sacar un sándwich rancio de la máquina. Me iría mejor sin haber aceptado hacer horas extras este sábado, pero ahora ya no tenía remedio y me tocaba apechugar.
Le seguía a unos pasos, no quería que se me notase mucho que le estaba dando la razón, al fin y al cabo, una tiene su dignidad. En el fondo me molestaban sus dotes sociales, tan amable y adulador con las chicas, o quizás sentía envidia de no ser el centro de su atención. Al llegar a la puerta de la fábrica, el agua embalsada en el toldo, le hizo ceder los herrajes y ésta cayó en tromba sobre David, una mueca de sorpresa por poco me hace soltar una enorme carcajada, pero pude contenerme al ver lo chipiado que había quedado el pobre.
- Me cagüen la leche –maldijo David.
- ¡Joder! Que mala pata –dije aguantando la risa.
Entramos al comedor laboral e intentando no mirarle fui derecha hacia la maquina de las saladitas. Él se quitó la bata y dejó al aire su torso musculado, remarcado más si cave por la humedad que mantenía apegada a su piel la fina camiseta de licra.
- Deja, no saques esas porquerías, que a mí me ponen mucha comida y siempre me sobra –me ofreció amablemente.
- No tranquilo, si yo soy de poco comer, con unas saladitas me apaño –evite la invitación sin dejar de mirar su chocolatina.
- Que no mujer, que tengo ensaladilla rusa de sobra y filetes empanados –siguió insistiendo.
Entonces fue cuando él se quitó el pantalón que chorreaba y lo colocó en una silla extendido, luego la camiseta e hizo lo propio, y yo allí viendo aquel cuerpo depilado y rasurado, cuyos únicos pelos eran los de las cejas, y ese paquete que marcaba bajo el boxer, joder, no pude seguir mirando y por otro lado era como un automatismo que me obligaba a hacerlo.
- Bueno acepto –dije inconscientemente, con la mente ida.
- Bien, espera que voy a ponerme algo y traigo el menú –dijo sonriendo.
Marchaba deprisa por la puerta y no podía apartar la vista de su trasero, madre mía que bueno está el tío, uf, concéntrate Merceditas, que es caramelo de otra, pero esos ojos verdes, eran tan irresistibles, que quien podía rechazarle un poco de ensaladilla rusa y un filete empanado...